A escasos días de las elecciones del 24 de
noviembre, todo indica que los hondureños tienen cierto entusiasmo por ejercer
el sufragio en los primeros comicios post crisis política de junio de 2009, donde
por primera vez participan en un espectro de nueve partidos políticos y ocho
candidatos presidenciales, todos los que fueron protagonistas directos e
indirectos de ese proceso que marcó a Honduras.La derecha y la
izquierda se dividieron, surgieron partidos que se denominan del “centro” y
otros se ubicaron en los extremos, mientras el bipartidismo político que
encarnan liberales y nacionalistas, al
cierre de las concentraciones, mostraron a propios y extraños la
estructura de su maquinaria partidaria. Siguen vivos.
Esperemos que sean unas elecciones bien
votadas, que la gente vaya y venza el miedo para disminuir así cualquier
indicio de un presunto fraude o de que poblados sin tanto habitante aparezcan
como grandes decisores con cargas electorales, como se produjo en algunos sitios
durante las elecciones internas y primarias de 2012. Hay que vencer el miedo
incluso al narco que se quiere imponer en algunas zonas.
La campaña ha
estado huérfana de discurso político, la oratoria no parece ser una virtud de
ciertos presidenciables. En términos de dinero, ha sido una campaña desigual,
casi descomunal por parte del partido que ostenta actualmente el poder, y ello
sin duda obliga a plantear reformas a futuro para que la equidad se cumpla.
La ostentación
del dinero y del poder es tal en el partido de gobierno que algunos aspirantes
a diputados, casi compiten en gasto y logística con el presidenciable. Las
rifas parece que tuvieron el efecto político de recaudar ríos de dinero en
propaganda en un país tan pobre e inseguro como Honduras.
Fue una campaña
de la cual se pueden hacer muchos estudios, entre ellos la censura impuesta por
el gobernante a sus funcionarios para no hablar, pensar ni opinar sobre el
proceso para no “afectarlo”. ¿Y la libertad de expresión?
En medio del
barullo político los tribunales siguieron dando medidas cautelares a presuntos
ex funcionarios corruptos, la administración del actual presidente de la
República atosiga con una campaña de perdón para no afectar al candidato
nacionalista, y la seguridad—curiosamente— disminuye a discreción y cuando surge
parece hacerlo con “pasión”: muertes por pares.
Aún así, los
hondureños no pierden la esperanza y ven en los comicios salidas atenuantes a la crisis. Ellos tienen el poder
del voto, el poder de decidir y el poder de vencer el miedo. Tienen realmente
poder y deben ser sabios al utilizarlo.
Un mérito para
este pueblo en este proceso es que al permitir que participen todos los actores
que configuraron la crisis de 2009, están dando una señal de madurez cívica que
ya quisieran tener otros países de la América Latina que se venden como
“demócratas”.
Esa madurez debe
mostrarse al momento del voto, deben evitar la provocación y la confrontación,
para pelear se necesitan dos y para dialogar también se necesitan dos. Me gusta
más la segunda opción y no dudo que al pueblo también.
Muchas cosas se
van a reconfigurar en la vida política de Honduras y muchas lecciones
personales dejará esta elección a quienes participan por primera vez y por
primera vez en mucho tiempo, vieron de cerca la miseria de nuestra gente. Las
historias son miles y la anécdotas de solidaridad otras tantas.
En el tintero
está la historia del aspirante a diputado del PINU que llevó su campaña de mil
buses y con sus pocos recursos festejó un cumpleaños a una vendedora de agua
que se emocionó cuando vio en su pastel su edad colocada en velas de números.
Me gustó esa historia cuando este joven aspirante la contó en una emisora
radial.
En el tiempo de
reflexión a que entramos, habrá que ver los escenarios que se vienen, las reformas
necesarias y el anhelo de los hondureños por apostar a la solidaridad, la paz,
la justicia, la subsidiariedad y el derecho que nos asiste a desenrejar
nuestras casas, nuestro barrio y nuestro país. Es tiempo de votar.
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