martes, 25 de octubre de 2011

Indignación

Es lo primero que salta a mi mente, al conocer el asesinato de dos jóvenes promesas de Honduras, a manos de sicarios—oficiales o paraestatales—cualquiera que sea su procedencia, pero capaces de cometer un crimen tan atroz, como parte de las múltiples salvajadas que ocurren en este país a nivel de corrupción, violencia y crimen organizado.
Carlos Pineda y Rafael Alejandro Vargas Castellanos, tenían derecho a vivir, al igual que todos nosotros.  Como los mejores amigos que fueron desde la infancia, la muerte también les quiso jugar la vuelta de estar juntos hasta el final, sólo que ese no fue un final justo. Ellos merecían todo lo mejor.
No cabe duda que la muerte siempre es traicionera y nunca uno se prepara para ella, máxime cuando se presenta así de brutal y feroz como fue lo sucedido a esos muchachos. Conocí a Alejandro, por su madre, Julieta Castellanos, a quien me une una linda amistad que creció y floreció, justo en una de las etapas más difíciles de mi vida.
Ella y su esposo, Rodolfo Vargas, quien goza de la paz del Señor, fueron especiales. Con ellos conocí  y aprendí a tener cariño a sus hijos: Erick, Javier y Alejandro. La familia Vargas Castellanos tiene una particularidad para ganarse el aprecio entre sus amigos: son sencillos, solidarios, muy humanos, soñadores y como quienes procedemos de la ruralidad de nuestro país, son campechanos y gente a todo dar.
Julieta no solo es una brillante académica, comprometida con un mejor país. Es también una madre ejemplar y una cocinera excepcional. Es una mujer muy sincera para decir las cosas por su nombre,  y al frente de la rectoría de la UNAH, esa forma directa de hacer las cosas y limpiar los trapos sucios de la máxima casa de estudios, no gusta a muchos.
No es casual que precisamente de ese centro de pensamiento, salgan sus principales detractores que aliados con ciertos sectores civiles, iniciaron sendas campañas de descrédito y calificativos bajos y soeces, cuando fue electa Rectora de la UNAH y luego miembro de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). Como tampoco fue casual ver en el sepelio de su hijo a muchos de ellos, así es la vida con sus parodias.
Tanto en la UNAH como en la CVR, Julieta ha demostrado capacidad, honestidad y valentía, que le ha valido el reconocimiento público que se volcó en solidaridad al acompañarle en otro de los tragos más amargos que le ha tocado vivir, tras la muerte de su esposo, hace tres años.
Sus hijos la han visto crecer y acompañado en sus andanzas en la lucha por las causas sociales: contra la corrupción, contra la violencia y la inseguridad; a favor de los jóvenes, los derechos humanos y una mejor justicia y equidad en Honduras, entre otras batallas libradas.
De ahí que no sea casual que en las fotografías de Alejandro que se mostraron en los diarios, se mire a un hijo orgulloso de su madre y a ella satisfecha de ver la buena cosecha de hijos que la vida le ha dado.
Esas fotos valen más que mil palabras y deben inspirarnos a todos los hondureños para increpar todos los días al Estado y a su gobierno, por el cese ante tanta impunidad. El crimen contra Carlos y Alejandro, no debe ser una estadística más en los reportes estatales ni el discurso gubernamental.
Cansados estamos de escuchar a las autoridades de Seguridad, “vamos a investigar”, “no podemos dar hipótesis para no entorpecer la investigación”, “hemos creado un equipo especial dedicado exclusivamente a este caso” y así, frases trilladas que ni siembran esperanzas de esclarecimiento, muchos menos credibilidad en la autoridad.
La administración del presidente Lobo y sus más cercanos asesores, deben tener claro una cosa: mataron al hijo de la rectora de la UNAH, el principal centro generador de conocimiento en el país; pero también una ex comisionada de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que da al caso una doble dimensión nacional e internacional.
Cuando mataron a un disidente hace un par de meses, Lobo no dudó en hacer rueda de prensa, flanqueado por sus ministros, el fiscal general, la policía y designados presidenciales para anunciar una “exhaustiva investigación”. ¡Y qué bueno que lo hizo!
Lástima que ahora,  con el asesinato de estos jóvenes, no pudiera repetir la escena, y aunque se mostró consternado y preocupado, en la re-presentación mediática, la presencia del Estado y del Gobierno, es tan fragmentaria, que le deja a uno un sabor de indefensión, (in)seguridad y completa soledad. Quiero creer que Honduras es un país que nos pertenece a todos y que así lo ve el mandatario Lobo Sosa y sus asesores. Me resisto a creer que ello es producto de la mezquindad y la miseria humana de un par de ministros o asesores presidenciales.
El dolor de Julieta y de tantas familias que han perdido a sus seres queridos en forma violenta, nada lo puede borrar, pero lo que sí podemos hacer, todos y todas, desde nuestro espacios individuales y colectivos, es recordar a nuestras autoridades que existimos, que no vamos a renunciar a la Verdad, que no nos van a arrancar el valor de la Solidaridad y que estamos indignados ante tanta atrocidad.

miércoles, 5 de octubre de 2011

El Motagua y Ricky Martin

Hace un par de días escribí sobre la importancia de la tolerancia a la diversidad como forma de respeto en la convivencia. Pero nunca imaginé que la intolerancia como un contravalor estuviera cobrando tanta fuerza en Honduras, máxime si viene de sectores gubernamentales y determinados grupos de la comunicación social.
Me resisto a creer que eso esté pasando, pero cuando escucho expresiones y acciones discriminatorias en contra del anuncio del Club Deportivo Motagua, el llamado “ciclón azul” porque vestirá todo el mes de octubre en sus encuentros deportivos una camiseta color Rosa, en solidaridad con las personas afectadas por el cáncer de mama, la piel se me eriza. ¡Qué cosas!
Esta enfermedad afecta en su mayoría a mujeres tan pobres que por no tener 300 o 600 lempiras se mueren porque no pueden hacerse una mamografía,  o más simple aún, no tienen dinero siquiera para el transporte de sus pueblos a la ciudad o de la colonia de su ciudad a un centro público hospitalario. Y cuando llegan, se encuentran con la noticia que las máquinas no sirven y deben regresar con suerte, en seis meses, cuando el mal ya ha avanzado y las posibilidades de vida se alejan. El cáncer de mama afecta también a todas las personas de las diversas clases sociales, no es una enfermedad exclusiva de los pobres.
De ahí que organizaciones que luchan contra esta ingrata enfermedad, realicen en Octubre, Mes Internacional contra el Cáncer de Mama, campañas y acciones orientadas a promover mecanismos de prevención y ayuda, así como una mayor visibilización sobre un mal que avanza silenciosamente y es la segunda causa de muerte por cáncer en Honduras.
Una de ellas es la Fundación Hondureña de Cáncer de Mama, Funhocam, con quien el Motagua suscribió un convenio para  portar en sus encuentros deportivos, la camiseta rosada como un símbolo de solidaridad en esta lucha, emprendida por un grupo de mujeres sobrevivientes del cáncer de mama.
La decisión del Club Deportivo Motagua, de sumarse a la campaña de sensibilización, es un gesto noble a imitar y debe enorgullecer a los hondureños y a sus seguidores, porque siendo el fútbol la pasión que une a la Nación, que bueno que por su medio se siembre la semilla de la solidaridad con las víctimas de esta enfermedad y se genere mayor conciencia pública al respecto.
Y si esa decisión del Motagua la hace en un país como el nuestro, donde la mofa, la intolerancia y la discriminación se encuentran a flor de piel, el mérito es doble.
En alguna prensa deportiva y nacional, el anuncio de la camiseta rosada que usará el Motagua ha despertado no solo su cultura machista, de rechazo y crítica sin fundamento, también sacó a luz pública su homofobia, propia no solo de los hombres, también de las mujeres.
Ignoran que el color Rosa que identifica a los organismos de lucha contra el cáncer de mama, representa en el fondo, el mensaje de ayuda al prójimo, de amor altruista y en el catolicismo es usado en el tercer domingo de Adviento, que simboliza la alegría ante el inminente nacimiento de Jesús. Pero como dice un destacado político español, existen cosas que “solo se curan con lectura”.
Del Motagua,paso a otro signo de intolerancia brutal: el concierto del destacado artista portorriqueño, Ricky Martin, a quien desde la Secretaría del Interior y Población, se le quiere poner trabas para su ingreso por su preferencia sexual. Dice la diputada Marcia Villeda, quien promueve su visita, que el rector de esa dependencia le dijo telefónicamente que Ricky Martin necesitaba una visa consultada para ingresar al país, ignorando que Puerto Rico se rige por la visa americana que tanto anhelan tener muchos hondureños, empezando por el ministro de esa cartera.
¡Vaya intolerancia! Se dice que el titular de esa dependencia, influido por algunos líderes religiosos evangélicos y católicos, se opone al concierto de Ricky Martin porque su presencia atenta “contra la moral y las buenas costumbres”, así como contra el entorno social de los hondureños y hondureñas.
Esta campaña de discriminación e incitación subliminal al odio en contra de Ricky Martin y quienes profesan su misma opción sexual, es peligrosa para la enferma democracia hondureña, pues se vulnera uno de sus principales rasgos básicos: el de la Pluralidad.
Y más peligrosa cuando se afirma que procede de ciertos medios de comunicación social, que como jueces, quieren erigirse como los baluartes de “la moralidad y la ética” en Honduras. Bien dicen que el poder de la Palabra que se nos otorga a los comunicadores, cuando no lo sabemos usar, puede destruir y desatar consecuencias insospechadas.
Mientras el presidente Lobo Sosa pasa los últimos exámenes de la administración de su homólogo, Barack Obama, en una redefinición de las relaciones con Honduras, en Tegucigalpa, sus funcionarios se encargan de exhibirlo a él y al país, como una nación  intolerante y discriminativa, sin reparar que Obama es un fiel defensor de las minorías y en contra de la discriminación de cualquier índole.
De nada sirve que el gobernante Porfirio Lobo se desgalille diciendo que es respetuoso de los derechos humanos, que no existe una política de Estado para violarlos, cuando ya circulan en el mundo las noticias sobre este nuevo bochornoso hecho de intolerancia, en contra de quien es también un embajador de buena voluntad de las Naciones Unidas como Ricky Martin.
Si el cantante no se hubiese declarado gay hace un par de años, los homofóbicos que hoy cuestionan su visita, estarían rifando entradas a su concierto, buscarían sus mejores galas y harían fila por tomarse una foto, último que no me extraña lo hagan porque su cinismo rebasa la hipocresía pública.
Y como la democracia se fortalece con sus contrapesos,  a quienes les encanta Ricky Martin si pueden, vayan al concierto y a quienes no les da alergia el color rosado del Motagua, llenen los estadios porque darán un mensaje al mundo de que en Honduras debe prevalecer el respeto y la tolerancia como valores en contra del odio, la homofobia y la discriminación.