miércoles, 9 de febrero de 2011

Cambios militares, ¿nuevos tiempos o viejas costumbres?

La reciente sacudida en las Fuerzas Armadas, donde no quedó títere sin cabeza, ante los más de cien cambios efectuados en un sólo día por la nueva cúpula castrense, no es un simple hecho que debe pasar desapercibido. Es quizá el indicativo de “nuevos tiempos” o del retorno de “viejas costumbres”, tras el relevante papel de “actor político” que en los últimos cinco años ha otorgado la clase política a los militares.

Los cambios ejecutados por la cúpula que preside el actual jefe del estado mayor conjunto, fueron tan rápidos como numerosos; ni en la época de los famosos “golpes de barraca” se produjo tanto relevo en cuestión de horas. Habrá que analizar, cuando pase el tsunami, con quién o quiénes va a gobernar la nueva cúpula, las fuerzas o debilidades a lo interno, así como el impacto que haya producido la brusquedad de los cambios. 

La acción del general René Osorio, como nuevo jefe militar, no necesariamente representa para él y su cúpula una señal de fuerza, también puede verse como un síntoma de debilidad que intenta ser arropada con movimientos de “emergencia” para imponer liderazgo. 

Otros, en cambio, la pueden ver como el deseo de la cúpula castrense por borrar vestigios del pasado, en especial con el golpe cívico militar institucional del 28 de junio de 2009, donde la clase política, incapaz de solventar los problemas, optó por acomodarse en el rol constitucional que se otorga a los militares de ser “garantes de la alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia”, pero perdiendo su papel supuestamente equidistante de las fuerzas en conflicto. 

En los últimos cinco años, los militares dejaron de ser la institución de bajo perfil que se esforzaba por sepultar la imagen de violadores y corruptos de los años ochenta; venían trabajando en un plan de modernización y profesionalización que les llevó incluso a presentar lo que denominaron “El Libro Blanco de la Defensa”, en el cual consignaban los nuevos desafíos a enfrentar por las Fuerzas Armadas, como parte de una tendencia regional y latinoamericana. Fue una edición de lujo que al parecer quedó en papel. 

En ese lapso, no cabe duda que los militares desarrollaron interesantes ejercicios de formación académica y hasta cuentan con una Universidad de la Defensa, a la cual asisten civiles y militares para especializarse en temas de la defensa y la seguridad del Estado, análisis político, estrategias y otras acciones propias de una formación académica, que en su momento deberá ser evaluada para ver si sus resultados se ajustan a las demandas de los nuevos tiempos y la democracia. 

Leticia Salomón, una connotada especialista en temas cívico-militares, señala que las tendencias que han tenido las Fuerzas Armadas en los últimos años, en particular tras el fin de la guerra fría, ha sido la de “guardianes de la frontera”, “árbitros del conflicto político”; “árbitros del conflicto ideológico”; “árbitros del conflicto social”, “guardianes del bosque”, “guardianes de la seguridad ciudadana” y la de “guardianes de intereses particulares”. Todo un variopinto que da gusto.

En los últimos cuatro años, los militares fueron todo eso y más. Y si de buscar responsables se trata, justo es decir que el principal artífice de este reflote militar en el ámbito político fue el ex presidente, Manuel Zelaya, quien les dio de todo, más de lo que imaginaron, les despertó el sabor de la “gobernanza conjunta” y hasta casi los vuelve constructores de aeropuertos, para lo cual anunció millonarias partidas presupuestarias, en su cálculo de agregar más cisma a la crisis política que venía alimentando. Pero ese romance e idolatría, terminó mal. 

Más que Manuel Zelaya, la “civilidad”, como dicen en la jerga militar, es la principal responsable por permitir esos excesos desde el poder, al no tener claridad en los roles y las relaciones que en aras de la defensa y la soberanía, debe prevalecer entre el Estado, militares y ciudadanía. A esa deuda, sumemos el déficit académico que al respecto tiene Honduras, que debe retomar estos estudios para advertir y atajar nuevas sorpresas. 

Existe a lo interno de las Fuerzas Armadas, una corriente de pensamiento consciente de los nuevos cambios, pero será el tiempo quien indicará si ese sector es tomado en cuenta en la administración del presidente Lobo, o se corre el riesgo de ahondar en la politización de las Fuerzas Armadas, un escenario nada favorable ni para la institución, ni para Honduras. 

La decisión del presidente Lobo en imponer el nuevo jefe del estado mayor conjunto, produjo muchas tragos amargos, en especial, entre quienes son respetuosos del orden y vieron con asombro como, al igual que hace doce años, los ascensos para asumir el mando se efectuaron “en horas” y no como parte del “debido proceso”, como gusta decir a los abogados, jueces y defensores humanitarios cuando abogan por el respeto al Derecho y al Estado de Derecho. 

Las razones, solo el presidente Lobo las sabe, existe entusiasmo en algunos sectores por los nuevos cambios; otros dicen que en el nuevo mando castrense, el ex general Romeo Vásquez, otrora hombre fuerte, perdió influencia, pero lo cierto es que en una comparecencia pública de la cúpula—con honrosas excepciones—la impresión que asiste es que no tienen claro hacia dónde van. 

Esa es la percepción que me causaron, quizá porque tampoco se ahondó sobre su nuevo rol en la post crisis, en donde si bien siguen manteniendo un nivel de confianza en la población, como revelan las últimas encuestas, ello no es sinónimo de “carta blanca” para seguir siendo actores protagónicos en la coyuntura política hondureña.

Lo cierto es que habrá que poner atención y seguir la pista a esas “rotaciones de rigor”, casi “tradicionales”, como las llama la prensa, a los últimos movimientos castrenses, a fin de perfilar también cómo se mueven ahora los políticos, hasta dónde prevalecerán los encuentros y desencuentros entre los políticos, los militares y su máximo comandante en jefe: El presidente Porfirio Lobo.