miércoles, 27 de octubre de 2010

La historia en “un parte”

Por casualidad me encontré con un documento donde reportan los eventos que suceden a diario en el país relacionados con la violencia. Utilizando el lenguaje policial, los periodistas le llaman “el parte policial” o reporte de los acontecimientos.

Leyendo las descripciones de los casos, no deja de impresionar como la historia y vida de una persona se resume en 10 o 15 líneas, a lo sumo. Los escuetos relatos van desde muertes por homicidio, accidente vial, detenidos, entre otros.

Para cada uno de ellos tienen un patrón interesante.Así se indica que a las: “23.50 horas del día domingo 24 de octubre del 2010, reporta el agente de investigación Jorge Castellanos, asignado al departamento de Delitos contra la Vida (Homicidios) que a las 23:15 horas en la carretera que conduce a Danlí, se tomó nota del levantamiento del cadáver del señor WILSON GEOVANY MUNGUIA, de 22 años de edad, con número de identidad 0801-2008-03882, casado, oficio elctricista, residente y originario de la colonia Villanueva, de esta misma Ciudad”.

“Causa de la muerte: Trauma encéfalo craneal abierto producido por hecho vial. Manera de muerte: accidental. Tiempo: De 4 a 5 horas. Hechos: Según versión de familiares, el occiso se encontraba en estado de ebriedad y se cruzó la calle y lo atropelló un vehículo, el cual se dio a la fuga”.

Así quedó resumida la historia de este hondureño. Otras muertes son reportadas en “el parte” como “según versiones de familiares se encontraba hospitalizado desde el día X porque en esa fecha salió con unos amigos y a los 30 minutos apareció tirado en un charco de sangre”.

Pero hubo una categoría policial utilizada que me llamó la atención “muerte indeterminada”.En ella ubican el caso de una jovencita de 17 años, “pendiente de autopsia, pendiente de investigación” ya había fallecido hace cuatro días.

Las otras categorías que utilizan son “Detenidos en flagrancia”, “muerte suicidio”, “muerte por objeto romo”; “muerte accidental”, “muerte por arma de fuego”, “muerte por arma blanca”; y en algunos lugares del país el reporte solo especifica “sin novedad de importancia”, porque se presume que no ocurrió nada.

Son categorías variopinto para las historias de vida que encierran. Muchas de éstas, sin completary sin investigar son las que producen impunidad, mora en la acumulación de casos y por ende mayor incremento en la espiral de violencia al no haber señales reales de identificar a los responsables de los crímenes, sean por homicidio o accidentales.

Pero el “parte policial” no encierra todas las muertes violentas que acontecen en el país, mucho menos en la capital. Son como su nombre lo indica en el reporte: “Novedades de importancia”, que pueden concluir en historias de vida, dolor e indignación si la prensa hurgara un poquito más y se interesara por humanizar el relato sin caer en el morbo ni el sensacionalismo.

Sería interesante saber, por ejemplo, en los última década cómo estaban estos “partes policiales” para medir el indicativo de crecimiento de la violencia, las categorías utilizadas y las supuestas causas de las muertes violentas. Quizá eso nos permite explicar en qué momento perdimos la tranquilidad.

El último informe del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos sobre la inseguridad en los últimos cinco años, revela cifras escalofriantes. Honduras ha duplicado su número de homicidios de 8 diarios en el 2000 a 16 diarios a junio de 2010, pero acostumbrados casi a convivir con el crimen sumar muertos a las estadísticas es como un “parte policial”: demasiado frívolo y distante.

Los datos del Comisionado de Derechos Humanos coinciden con las últimas cifras del Observatorio de la Violencia de la UNAH que sigue desde hace algún tiempo un minucioso seguimiento a los hechos de violencia para apuntar a hechos y datos que contribuyan a la formulación de políticas públicas más efectivas en materia de seguridad.

De un tiempo acá, los hondureños coinciden en indicar que prefieren vivir “encarcelados” en sus viviendas para protegerse de la inseguridad, que optan por tener perros guardianes y llenar los muros de serpentinas y cámaras de vigilancia—los que pueden—para evitar ser sorprendidos por la delincuencia o las acciones de los sicarios. Ello contrasta con la Honduras de antaño y la Tegucigalpa señorial y colonial a que estábamos acostumbrados a visitar, quienes provenimos del interior y nos deslumbraban sus luces cual si fuera un nacimiento.

Algo tenemos que hacer para recuperar los espacios públicos y la tranquilidad perdida y sustituida por la zozobra. En esta época que se aproxima a la Navidad, en los pueblos es época también de hacer volar cometas o “papelotes”, elaborados, en mi pueblo, a base de varillas de la palma de coco y adornados con papelillos de colores, esperando una buena posición del viento para echarlos a volar y poner también a volar nuestra imaginación.

La otra vez vi en uno de los bulevares de Tegucigalpa, un par de personas vendiendo cometas, más sofisticadas de las que yo recuerdo, y me pregunté: ¿quién las va a volar y a dónde?, si los niños tienen pocos espacios de recreación y la prisa de la gente es por llegar temprano a casa antes que caiga la noche y con ello la oscuridad... Esas costumbres debemos recuperarlas para que los “partes policiales” en vez de “novedades de importancia”, consignen lo contrario. Luchemos por ello.