viernes, 23 de septiembre de 2011

Y ahora qué sigue

Han pasado un poco más de dos semanas desde que se produjo el descabezamiento del ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, y su viceministro, Armando Calidonio, conocidos en el folclor hondureño como “Batman y Robín”, los eternos comics de las historietas que representan la lucha entre el bien y el mal. En esta oportunidad, Batman y Robín quedaron fuera de combate.
El escándalo en los medios de comunicación bajó su intensidad original y las nuevas autoridades de Seguridad impulsan una estrategia comunicativa de “cambio y efectividad” que se les cae con los asesinatos que a diario se registran en el país y el reto a su autoridad por los representantes del crimen.
Buscan, dicen, “lavar la imagen” a la policía, pero las dudas tras el derrocamiento de Álvarez y la mayoría de su cúpula policial, son más profundas y abren el paraguas de las interrogantes, al margen de la potestad del presidente Lobo de gobernar con quien desee y se sienta cómodo.
En la segunda parte de su película, el ex ministro Óscar Álvarez, no tuvo una mediana suerte como la vez primera en la administración de Ricardo Maduro (2002-2006). La mano dura y la súper mano dura no fueron suficientes, los enemigos a vencer ya no eran sólo los jóvenes pandilleros. El crimen organizado en todas sus expresiones había llegado para quedarse en Honduras y ahora parece dominar más allá de cualquier imaginario colectivo.
El mapa de la (in)seguridad que Álvarez encontró y dejó en los últimos cinco años, había cambiado radicalmente. La penetración del crimen organizado fue tan espectacular y avasallante que solo  puede compararse con el daño que producen las termitas, esos minúsculos animalillos que devoran todo lo que encuentran a su paso.
Un hombre esencialmente mediático, Óscar Álvarez, no pudo, de nueva vuelta, con sus pomposos operativos de nombres estrambóticos, sustraídos de películas hollywoodenses, contrarrestar efectivamente la criminalidad, aunque afirmó que logró reducir los secuestros e incautar la mayor cantidad de droga y dinero producto del lavado de activos. A propósito, ya no se registran más comisos de dólares en las últimas dos semanas en los aeropuertos de Honduras, ¿lo han percibido?
¿Pero en que falló el ministro? Quienes le conocen dicen que hubo exceso de confianza, lentitud y hasta ingenuidad política. Exceso de confianza porque delegó en personas que no le hacían “buena sombra” y eran altamente cuestionados en círculos no solo políticos, policiales y gubernamentales, también en las esferas antidrogas. Esa cercanía hacia ciertos personajes, no abonó en la segunda vuelta del ministro, se asegura.
En cuanto a la lentitud, el derrocado ex funcionario reaccionó tarde en su replanteamiento táctico y estratégico. Solo tras la reunión con expertos en seguridad y antidrogas en Washington, fue que Óscar Álvarez presentó un discurso más agresivo y supuestamente decidido a efectuar cambios. Y se fue con todo, al denunciar que el crimen organizado había penetrado al menos diez oficiales de la alta cúpula de la oficialidad policial.
Álvarez dijo que enviaría al Congreso un paquete de leyes en materia de seguridad que incluía ley anti evasión, ley antisecuestros y una ley de discrecionalidad que le daría amplios poderes para poder depurar la policía, sin exponer al Estado a demandas. También se mencionó el tema de la extradición en casos de la figura del crimen organizado, producto de los operativos y pesquisas sobre responsables de estos delitos.
Todos estos anuncios de Álvarez ya habían sido discutidos en las sesiones del Consejo de Ministros e incluso el propio presidente Lobo, anunció hace más de un mes, durante un fin de semana en la entrega del bono 10 mil urbano en Tegucigalpa, que enviaría al Congreso un paquete de leyes en seguridad que “espero no se asusten”. Por tanto, afirmar que Álvarez habría actuado a espaldas del presidente Lobo es algo traído de los cabellos.
En el congreso nacional, incluso, el más entusiasta era su presidente, Juan Orlando Hernández, que nunca se cansó de pregonar “todo el apoyo para la Seguridad” pero frenó cuando se había que tomar las decisiones cruciales, afirman fuentes antidrogas.
Caemos entonces a la cuestión de la ingenuidad política de Óscar Álvarez, quien envalentonado por el discurso político de apoyo de los rectores de los poderes Ejecutivo y Legislativo, creyó que sería suficiente para depurar a una incómoda cúpula oficial y cuadros intermedios que no compartían el criterio de ser echados “a discrecionalidad”.
Para el analista político, Víctor Meza, el ex ministro Álvarez habría sido víctima de una “trampa política” en la que cayó por ingenuidad, mientras las fuerzas del crimen, con alianza policial, se habrían movido para sacarlo de escena en un forcejeo de “pulso de poder”.
De ahí que algunos congresistas, sorprendidos por la velocidad con que se produjo el golpe técnico al ministro, manifiesten que no se puede afirmar si en este forcejeo ganaron los buenos o los malos. Creen que el tema de la extradición se apoderó de los miedos colectivos con que a veces reacciona la sociedad cuando se siente amenazada.
Pero otros piensan, que dar a Óscar Álvarez una ley de discrecionalidad para depurar la policía, partiendo de sus inocultables aspiraciones políticas presidenciales, era una tentación muy peligrosa. Lo cierto es que el descabezamiento de Álvarez se produjo quizá en el momento menos adecuado para el gobierno del presidente Lobo.
Si bien dio el golpe que produjo el efecto sorpresa con su salida, la agonía en que mantuvo a la sociedad ese largo día de sábado, tuvo un efecto contrario y fatal para el presidente: la sociedad percibió que se sacudía al ministro Álvarez porque había anunciado depuración policial y el derrocado ministro, en una hábil estrategia comunicativa, dejó sembrada la frase de la gran duda: “es más fácil sacar a un ministro, que depurar a la policía”. ¿Qué quiso decir? Solo el gobierno lo sabe. Que la suerte nos acompañe.

martes, 6 de septiembre de 2011

¿Se nos fue el país?

El ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, corrobora viejas sospechas: la infiltración del narcotráfico en la policía, entre ellos al menos diez oficiales. El designado presidencial, Víctor Hugo Barnica, va más allá de la denuncia al señalar que esos policías acompañan a los delincuentes en carros blindados para cobrar la extorsión,  mal llamada “impuesto de guerra”. El Observatorio de la Violencia proyecta que Honduras podría cerrar el 2011 con una tasa de homicidios de 86 por 100 mil habitantes.
Pero estas denuncias y estadísticas se las lleva el viento, porque el país es un caos. Los menores y jóvenes siguen sin tener clases y todo indica que nadie gobierna en Educación y así cómo corre el agua parece que tampoco en el país. El presidente Lobo, en los últimos tres meses, pasa más tiempo fuera que dentro, mientras la nación se cae a pedazos. La realidad está rebasando la buena fe del mandatario.
La inseguridad parece no tener fin, solo repunte. La denuncia del ministro Álvarez y del designado presidencial Barnica junto a las proyecciones del Observatorio de la Violencia nos dibujan un país que nos resistimos a ver: violento y cooptado por el crimen y la corrupción.
En la región del Bajo Aguán, las aguas tampoco se calman. La zona sigue resguardada por los integrantes de “Xatruch II” y los campesinos ahora desconocen lo que firmaron con el presidente Lobo y el empresario Miguel Facussé. El Congreso espera que ese entuerto se componga para emitir un decreto que de un plumazo solucionará el problema, según asevera su presidente, Juan Orlando Hernández.
Los apagones están a la luz del día y el verano ni fue en extremo largo ni el invierno ha sido raquítico. El gerente de la ENEE responsabiliza al pasado como la excusa más fácil y sin tapujo advierte de más racionamientos y se monta en un avión para viajar a Kosovo, dizque para auscultar inversión energética en una nación con el mote de país con oscuridad permanente, por los problemas de energía que presenta. Pero Honduras va a negociar proyectos para que nos traigan la luz, al mejor estilo de la ciudad estadounidense de Las Vegas.
Lo anterior del lado gubernamental, pero el sector privado no se queda atrás. Por todo reniega y protesta. La empresa privada carece de un liderazgo claro que la lleve a proyectarse con una imagen menos avorazada de la que presenta.  Todo indica que la crisis política de 2009 no ha sido aprendida por nadie, ni por políticos ni quienes nos gobiernan, ni por los empresarios, mientras el movimiento social sigue dando palos de ciego, ideologizado hasta los tuétanos sin ofrecer respuestas.
Y los hondureños comunes,  en medio de esta disputa estéril. Vemos con dolor como asesinan a 20 personas diariamente, cómo la corrupción estatal es justificada e incluso como los narcotraficantes ocupan primeras planas cual si fueran héroes condenados “injustamente”.
La prensa registra los hechos pero no se atreve a proyectarlos, rebasada por la inseguridad y la violencia, donde más de una docena de comunicadores han sido asesinados sin que nadie diga pío.  Si no fuera por esfuerzos fragmentarios de iniciativas ciudadanas que buscan contrarrestar la inseguridad, impulsar acciones positivas a favor del bosque, la educación y la cultura, las esperanzas sobre el futuro de Honduras, se perdieran.
Ojalá que la denuncia del ministro Óscar Álvarez no se quede en eso, en discurso. Que empiece la depuración en su casa, es decir, en la casa de la Secretaría de Seguridad, principal responsable de garantizarnos a todos nosotros la vida y la tranquilidad. De no ser así, el país se nos va de la mano y seguiremos acostumbrándonos a liderar no solo las cifras de la corrupción en Centroamérica, también de las muertes.