El Partido Nacional está confiado en que esta
vez logrará la hazaña de un segundo período consecutivo en el poder por el bono
10 mil, el bono de oro, el bono tecnológico, los eco fogones, la campaña
mediática, los más de un millón de nacionalistas que dicen contar en su censo electoral
y porque hasta ahora, aunque parezca increíble, han gobernado sin oposición
real.
El escenario podría
favorecerles: tienen el control de los tres poderes del Estado, los operadores de
justicia, los entes de control y gran parte de la institucionalidad, excepto el
Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, la única voz independiente en
estos casi cuatro años de gobierno, aunque ello incomode a sus detractores.
Pero---como siempre hay
un pelo en la sopa—esa retención del poder no podría ser tan fácil como parece.
El Partido Nacional tiene el desafío de enfrentar sus propios fantasmas y
desaciertos, además de volver más carismático a un candidato presidencial que
si bien es un hombre brillante, no logra, de momento, sellar su empatía con los
electores.
A ese problema, que sus
estrategas presumo mejorarán en los próximos meses, se suman los desaciertos
del actual gobierno. ¿Hasta dónde los
últimos yerros de la administración nacionalista favorecerán al candidato?
¿Hasta dónde quieren los nacionalistas ganar o perder?
Veamos, a favor del
Partido Nacional y del candidato presidencial, está el esfuerzo del presidente
Lobo Sosa en la reinserción de Honduras en el concierto de naciones. No fue una
reinserción fácil hasta donde sé. Hubo un presidente del área centroamericana
que lo recibió “por la cocina” recién estrenado su gobierno.
Lobo Sosa aguantó la humillación a su persona
y al país. No fue distinto en otros países de la llamada comunidad
internacional que hoy se hacen de la vista gorda de lo ocurrido en Egipto.
Quizá gustan más del espectáculo de los “golpes tropicales” que de los del más
allá del medio oriente.
El presidente Lobo logró
la reinserción del país y eso es bueno, en este proceso le acompañó toda una
nación y la clase política, económica y social. Lobo Sosa también ha hecho un
esfuerzo enorme en la educación, en tratar de adecentar un sistema lleno de
impunidad y puso al frente a un ministro que si bien no es de su partido, busca
tener en cintura al otrora temible gremio magisterial.
Quiso hacer algo en
Salud, pero él mismo se encargó de desbaratarlo. Y aquí empiezan algunos
desaciertos: su administración es muy opaca, la transparencia no funciona, más
de 100 instituciones gubernamentales han salido aplazadas por no cumplir con la
ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública, pese a que en el 2010
firmó un “compromiso de país” con la transparencia en un acto público.
Hoy en el país existe más
información clasificada como secreta que podrá ser vista en diez años, que
información pública de interés social como fue el espíritu de la ley de
transparencia.
Otro desacierto se relaciona
con las interminables comisiones interventoras para todo sin que los resultados
sean satisfactorios. Es algo así como un gobierno en donde el gobierno no
gobierna, valga la redundancia y el juego de palabras. Hondutel es el último
hecho más reciente, donde una nueva interventora
ha sido instalada a cinco meses de haber nombrado otra y en la recta final del
gobierno. Todo indica que la estatal será subastada, no habrá rescate.
Los escándalos de la
administración nacionalista han sido por doquier y en el discurso oficial, el
que gobierna no ayuda tanto al partido y al candidato con sus disertaciones públicas.
La economía del país anda muy mal, ahora están vendiendo hasta los bienes ociosos
bajo un disfraz legal que empalaga, el derroche publicitario está a reventar y
por primera vez, en la historia de Honduras, un gobierno ha tenido dificultades
para cancelar salarios y otros derechos adquiridos.
En materia de seguridad,
el país no da una. Se vive una guerra excepcional en donde las respuestas,
excepcionales también, no dan los resultados deseados por la improvisación en
las políticas, el maniqueísmo en el discurso público y la comodidad de creer
que se combate a la delincuencia común y organizada sin identificar su rostro.
Con esto y más, la
pregunta obligada es ¿podrá retener el poder el Partido Nacional?
Hasta ahora, como es la
costumbre, no se ha visto un desmarque
entre el candidato presidencial y el Ejecutivo, todo lo contrario, son el
matrimonio más compacto del nacionalismo.
Es probable que los
nacionalistas, aún con todo en contra, ganen porque del lado de ocho partidos
opositores ninguno se atreve a enumerar los desaciertos, o no pueden, o no
tienen nada que ofrecer. Así la campaña se centrará más en el número que ocupan
en la papeleta electoral, en propuestas acertadas pero sin leer ni entender la
coyuntura en seguridad, en la ideologización de izquierda y derecha, además de
quien propone lo más descabellado en la Seguridad.
El único factor sorpresa
en este proceso electoral sería el voto masivo y la inclinación de la balanza
por los electores independientes, además de lo que llaman voto silencioso de
castigo, si es que existe y se da. Falta poco para noviembre, falta poco para
saber quién ganará.
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