Los teóricos
de las estrategias de comunicación para Gobiernos son del criterio que al
momento de asesorar a un Presidente se le debe hacer una pregunta obligatoria:
¿Usted cómo quiere ser recordado al final de su gobierno: cómo un dictador o
como un reformista? Casi todos se apuntan en el segundo escenario, pero no
siempre lo logran.
La
respuesta, sostienen, debe ser sincera porque de ahí parten las grandes líneas
estratégicas que regirán las políticas de comunicación de su gobierno y el
gabinete que lo acompaña. El éxito o fracaso dependerá de la anuencia del
gobernante a escuchar, de hacer los giros de timón cuando sean necesarios y de replegarse
en la estrategia cuando la coyuntura así lo defina.
Pero en
Honduras nuestros últimos gobernantes han carecido de esa sapiencia. Da la
impresión que gobiernan “a lo que salga”, la estrategia no existe—excepto para
los intereses no confesados públicamente—y van de error en error aunque sus
ideas sean bien intencionadas.
El espíritu
de la reforma parece haberse impregnado en su piel, pero al revés. Los procesos
de reforma siempre generan alergias, pero cuando son bien conducidos, bien
manejados, bien planteados y razonablemente creíbles, la resistencia al cambio va
re-cediendo.
Eduardo
Stein, coordinador de lo que fuera la Comisión de la Verdad y la Reconciliación
(CVR), al término de su trabajo dijo
algo interesante: cuando iniciaron su trabajo la polarización en Honduras
estaba al máximo nivel, pero al finalizar su trabajo esa visceralidad entre los
hondureños había bajado sus niveles de intensidad, había un espacio para el
diálogo y la reconciliación.
No había
pasado un año del excelente trabajo de la CVR cuando Stein tuvo que advertir
nuevamente que el país se estaba descarrilando con la destitución de los cuatro
magistrados de la sala constitucional del poder judicial. No se anduvo por las
ramas al decir que fue un golpe a ese poder del Estado, al país y a su
institucionalidad. De esa ocasión a la fecha, el nivel de exaltar los ánimos,
de dividir y de ahogar el espacio al debate de las ideas parece ser la
constante más común en Honduras.
El país
parece que está dando un vertiginoso salto al pasado. El presidente de los
hondureños, don Porfirio Lobo Sosa, no ha podido transitarnos por el camino de
la reconciliación, el respeto y la paz que nos prometió; al contrario, se ha
sumado torpemente al barco de las discordias, echando al traste así lo que ganó
en el doloroso camino de la reinserción del país en el concierto de naciones.
Lobo Sosa
está actuando erráticamente hasta en aquello que es bueno para el país como el
tema de la revisión de las exoneraciones y las polémicas reformas a la ley de
telecomunicaciones, últimas que violentan seriamente el derecho a la libertad
de expresión aunque sus impulsores expliquen con jerigonzas que no violentan lo
establecido en la doctrina universal de derechos humanos. Bien dicen que en el
país de los ciegos, el tuerto es Rey. Cuánto nos falta por aprender, por
recobrar la tolerancia, escuchar y respetar la disidencia. En materia de
libertad de expresión la doctrina es tan amplia y tan rica que aquí
cualquiera, que no la conoce, sucumbe al
primer sombrerazo gubernamental.
Dos cosas
buenas y necesarias en el país, están siendo estratégicamente mal manejadas por
el presidente Lobo Sosa y su gobierno. ¿Quién asesora al Presidente? ¿Quién no
lo quiere que lo exhibe de esa manera?
En el tema
de las exoneraciones da la impresión que la comisión revisora ha caído en un
agujero negro, una especie de panal con muchos agujeros como definió recientemente
el titular de Educación los problemas de su Secretaría. Así parece estar la
comisión al caer ahora en una nada envidiable postura de querer gravar con
nuevos impuestos a la clase media, mientras las cosquillas no llegan a los
grandes evasores. El tiempo se está comiendo a esta comisión que partió de su
primer error estratégico: no medir bien el terreno, empantanarse en el mismo y
no saber cómo salir sin que su labor se vea como un fracaso del gobierno al no
“cazar” los peces gordos originales sobre los cuales tenía la mira el actual
gobernante.
En el tema
de las telecomunicaciones, la propuesta enreda la regulación del espectro
radioeléctrico con los contenidos informativos y noticiosos, los mensajes que
dan las fuentes a los periodistas y el derecho ciudadano al pataleo. Una buena
cosa como garantizar el acceso de frecuencias a las radios comunitarias y
castigar a quienes abusen de las frecuencias vendiéndolas a otros, se enredó en
el deseo que siempre tienta a los gobiernos: controlar los medios, espiar a sus
críticos y neutralizar a sus opositores.
Hasta ahora
no ha sabido Lobo Sosa ni sus acompañantes como entrarle al tema de la
democratización de los medios; no ha sabido el Presidente cómo manejar los
respetos entre la prensa y el poder, entre el gobierno y periodistas, entre el gobierno
y sociedad, entre el gobierno y la democracia. Esta propuesta tiene tantos
sofismas que solo corrobora que el gobernante cayó al cuarto oscuro de su
último año presidencial. ¿Quién asesora al Presidente? ¿Quién no lo quiere que
lo exhibe así?
Mientras
estas distracciones nos atrapan y la intolerancia a la crítica aumenta, el país
sigue su historia sin resolver y sin salidas visibles: la inseguridad y las más
de 20 mil muertes en tres años, la cooptación del crimen organizado de
importantes franjas territoriales en el interior del país, la incapacidad del
gobierno de volvernos a meter en la Cuenta del Milenio porque el país no avanza
en lucha anticorrupción y la crisis económica y fiscal que nos golpea cada fin
de semana en el bolsillo. Cuatro grandes áreas sobre las cuales la labor de la
prensa sin duda incomoda.
Da la
impresión que al cuarto de límite de la gestión gubernamental sus estrategas
quieren “cuadrar” a como dé lugar el sueño reformista de todo gobernante,
aunque la percepción sea al revés. De cara a las elecciones de noviembre
próximo, querrá el delfín del señor Lobo Sosa heredar esas “reformas”. Es
cuestión de tiempo para averiguar.
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