Procedo de una generación privilegiada de periodistas. Como
muchos de mis colegas tuvimos el honor de conocer, tratar o saber de las
hazañas de esa generación de periodistas que de los años cincuenta hasta
ahora, ha sido parte de las transformaciones
que ha vivido el país y el periodismo hondureño en general.
Algunos con más historia, mucho antes de que naciéramos
como fue el maestro de maestros, Ventura Ramos Alvarado o el querido cronista
parlamentario, Guillermo Castellanos Enamorado, quienes fueron mis maestros en
las aulas universitarias cuando sellaban su paso por la máxima casa de
estudios. Ambos, ya descansan en la paz del Señor.
La disciplina de la lectura, el debate de las ideas y la
defensa de los principios que inspiran el ejercicio del Periodismo, fueron
parte de sus legados. Son referentes obligados para las nuevas generaciones de
periodistas por su trayectoria y convicciones éticas.
Transitar entre quienes nos tocó iniciar el periodismo en
el ocaso de una Centroamérica en guerra y una Honduras con heridas no selladas
pero apostando a dar a la Nación un poco de institucionalidad, fue interesante
y aleccionador para mi generación que sigue siendo parte de esa transición
inconclusa en este país, recogiendo la historia, contrastando los datos y
reinventado el oficio para no agonizar en el intento de un mejor país y una
mejor prensa.
Fue así como conocí al periodista Jorge Talavera Sosa,
jefe de Redacción del diario La Tribuna, en San Pedro Sula. Él leía mis escritos
cuando era reportera “free lance” en diario El Heraldo, luego fui editora y posteriormente
Jefa de Redacción.
Los periodistas Liliam López Carballo, German Reyes y don
Adán Elvir, fueron cómplices indirectos de esa relación de amistad e
inquietudes periodísticas que desarrollé con Talavera Sosa.
Fue de esas relaciones que los periodistas cultivamos a
distancia, más por coincidencias que por cercanías geográficas; son esos
aprecios basados en el respeto y el degustar crónicas o lecturas comunes,
aunque no siempre coincidiéramos en los pensamientos o creencias.
Me encantaba conversar con él, era un adulador exquisito,
respetuoso pero muy franco en sus apreciaciones. Se jactaba de tener “olfato”
para descubrir los talentos en el Periodismo.
Tenía una habilidad narrativa impresionante, sabía
conectarse con sus lectores. Su columna “Rueda la bola” era una combinación de
urbanidad y ruralidad, de denuncia punzante, de ironía fina y de costumbrismos
que solo podemos entender los que somos de pueblo, de tierra adentro, pero sin
haciendas ni principios de cacicazgos. Gente común, como me considero.
Él sabía retratar a sus personajes, así uno identificaba
al político “malinche”, al campesino de a pie, a la joven moza que al contonear
su figura paraba el tráfico o que con su belleza sin igual “embrujaba” a
cualquiera. Era genial. En sus relatos uno encontraba a la chismosa o el
chismoso del pueblo y permitía al lector dar rienda suelta a la imaginación.
Pocos cronistas como Talavera Sosa tenían esa capacidad
de hacer que el lector “viajara en el tiempo”, al grado de percibir cuando
estaba indignado o cuando denunciaba las injusticias, en un estilo jocoserio
que no dudo disgustó a más de alguno.
Por eso su muerte me impactó. Un mensaje del periodista Juan
Carlos Sierra, comunicando en el chat su deceso, me sacudió. Había hablado con
él hace como dos meses, me llamó para pedirme unos datos de migrantes, porque
según él, “usted tiene una memoria privilegiada”. ¡Qué cosas!
La muerte es así, ingrata, sin tiempo para las
despedidas; solo para los buenos recuerdos. Así recordaré al periodista Jorge
Talavera Sosa, con las buenas cosas y los buenos consejos que me dio y dejó.
Así lo debemos recordar los periodistas de mi generación que como su servidora,
tuvo el placer de tratarlo y de viajar con sus crónicas en el tiempo. Que
descanse en paz, amigo.
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