En la sala contigua al salón de
audiencias públicas para la selección y posterior elección de los comisionados
al Instituto de Acceso a la Información Pública, en el Congreso Nacional, alguien
espera su llamado a la entrevista, mientras en paralelo, los diputados
interrogan a algunos de los nominados con efusivos saludos.
“Me agrada que esté aquí con
nosotros, recuerdo que gracias a usted resolvimos un conflicto de interés”,
comenta un parlamentario a uno de los aspirantes. Tras el elogio, inicia la
ronda de preguntas aburridas y respuestas vagas que incitan a caer en los
brazos de Morfeo.
Pasa otro entrevistado y los
honorables diputados le dicen: “es usted tan preparado que no sabemos cómo
llamarlo, cómo dirigirnos a usted con tantas profesiones”. Todos asienten y
comienzan de nuevo sus interrogantes de rigor.
A cada uno de los nominados al
Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP), la comisión evaluadora
recitaba los porcentajes de evaluación: si maneja idiomas (inglés y mandarín,
presumo), si tiene publicaciones, si conoce la ley; pero a nadie se le preguntó
si sabía qué es el derecho a la información, el acceso a la información
pública, mucho menos si consideraba que la ley de transparencia y acceso a la
información pública sirve para garantizar que lo público sea público o si debe
proteger a los funcionarios, último que es la antítesis del espíritu de la ley,
pero es lo que más se cumple.
La mayoría de los disertantes más
parecían proclives a la opacidad que al acceso a la información pública, aunque
hubo honrosas excepciones como la de la candidata propuesta por la Procuraduría
de la República, que los exhibió con elegancia cuando intentaron ridiculizarla.
Mientras transcurrían las horas, en la sala contigua, la aspirante—nerviosa y sudorosa-- espera el
llamado a la audiencia pública, programada, según convocatoria oficial, para
las once de la mañana. Pero ésta nunca se dio.
Por personas ajenas a la comisión
evaluadora, supo que la primera fase de las audiencias había concluido y que no
sería llamada porque la elección era “cerrada” y ella no era apta a la
aspiración. De último momento, bajo una interpretación antojadiza, le sacaron
del ruedo antes de entrar.
Pero ninguno de los diputados
quiso dar la cara. Fueron abordados casualmente en el pasillo por la aspirante
y sin la más mínima cortesía le hicieron ver que era indigna para aspirar. No
hubo más explicaciones, solo grandes silencios, relatan quienes fueron testigos
de tan vergonzosa acción.
Los organismos que se llamaron
veedores del proceso de elección no dijeron nada. Complacientes avalaron el
discurso oficial de que esos cargos sólo son para políticos y burócratas. No
conocen la ley, olvidaron el derecho de igualdad que asiste a las personas así
como la transparencia que tanto pregonan.
Al contrario, tras la fase de las
audiencias, los aplausos iban y venían de cada lado: de los evaluadores y de
los asistentes. Uno no sabía si aplaudían porque todo estaba bien o porque era
tan aburrido que era preferible acabar rápido.
Otro de los aspirantes se enteró
por los medios de comunicación que había sido excluido por no ser empleado
público, algo muy distinto a lo que se entiende por servicio público. Jerigonza
más, jerigonza menos, la decisión política, más no legal, había sido tomada: no
queremos auditores sociales en el Instituto de Acceso a la Información Pública.
A él tampoco nunca le dieron la cara. La cortesía no fue la norma educativa que
ha caracterizado a nuestros legisladores.
Vinieron las explicaciones de los
diputados evaluadores, pero a nadie convencieron. Muchos de ellos, intentaron,
soñaron quizá, en hacer un proceso distinto al de hace cinco años, pero algo
les salió mal en la estrategia.
Lo que elijan, sin duda está
hecho a su medida y coadyuvará a “corregir” la democracia acorde al traje de su
conveniencia.
Los expulsados—porque no existe
otra justificación—son periodistas. Llenan según la Ley de Transparencia los
requisitos para aspirar, pero de ahí a que hayan salido electos es otro cinco
de yuca, como dicen en mi pueblo. Los hubieran dejado participar por el derecho
que les asiste, pero es obvio, que la prensa siempre es incómoda, excepto
cuando se colude con el poder.
Personalmente me apena lo
ocurrido con los colegas, no son mis
amigos, pero tampoco adversarios. Pensamos distinto como un derecho que nos
asiste,, pero creo que como todo ser humano, merecen Respeto y eso fue lo que no tuvo con ellos el Congreso.
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