Escuché sus declaraciones y sin duda ellas encarnan no sólo la agonía de una madre, también
la de un país. Se trata de Julieta Castellanos y de Aurora Pineda.
Venían de entrevistarse con el fiscal general, Luís Rubí, en búsqueda de
respuestas a su caso: la muerte a manos de la policía de sus hijos,
Alejandro Vargas Castellanos y Carlos Pineda.
Han
pasado cinco meses de ese trágico suceso que desnudó el pus en la
policía hondureña y en Honduras, todo pasa, sin que nada haya pasado.
¡Qué curioso!
La vida les arrebató sus hijos y haciendo a un lado el dolor y la impotencia, ellas
siguen luchando, tocando puertas, impulsando reformas, desnudando la
impunidad, exigiendo respuestas, pidiendo justicia y evidenciando
“ídolos de barro”.
La
prensa hondureña no se ha quedado atrás en acompañar a estas dos
valientes mujeres, que junto a la viuda de Alfredo Landaverde, Hilda
Caldera, han desafiado al sistema de impunidad en Honduras. Su osadía no
ha sido fácil, tanto así, que Hilda Caldera ha optado por replegarse
ante amenazas a muerte. Le hostigan, le llaman y hasta le piden dinero a
cambio de darle el paradero de los asesinos de su esposo. Éstos, ahora
la extorsionan, pero nadie actúa, todo sigue igual.
En
el caso de Julieta Castellanos, los periodistas la vemos como la
Rectora de la UNAH que con el mismo presupuesto de hace años, ha
construido edificios, le ha dado un rostro más digno, empieza a ordenar
la casa e impulsa una reforma universitaria que busca recobrar el otrora
prestigio de la UNAH. Poco a poco lo está consiguiendo.
La
conocemos también como socióloga, como experta en temas de seguridad y
de gobernabilidad, pero nos cuesta verla como a doña Aurora: como una
madre, que llora, que a ratos la invade la desesperanza, pero que el
compromiso de que su hijo descanse en paz, la impulsa a seguir adelante
aunque en el camino “deje la vida o me maten”, confiesa.
Y
sabe que su vida está en riesgo constante, pero no se dobla. Su fuerza
radica en el espíritu de madre, el dolor que la arropa y el conocimiento
que tiene del tema en cuestión, como es la seguridad, un derecho que
parece hemos perdido los hondureños si reflexionamos sobre las más de 40
mil muertes en once años, como si fuésemos un país en guerra.
El país agoniza y los funcionarios se ufanan de decir que ahora somos “transparentes”. Transparentes
porque en el caso de los universitarios se transpira un espíritu de
cuerpo entre fiscales y policías que es sinónimo de impunidad. La
policía no envía a la Fiscalía la lista de sus miembros depurados y ésta
no los exige, sólo lo revela cuando se cuestiona su negligencia.
Los
policías implicados en el asesinato se fugaron con “permiso oficial”
pero nadie encuentra a los responsables. El juego de palabras, las
pruebas y el debido proceso “legalizan” en extremo la “judicialización”
de los casos.
Uno
de los cinco policías prófugos en el caso de los universitarios se
entregó por intermediación del Comisionado de los Derechos Humanos y la
rectora, porque cuando quiso hacerlo en la Fiscalía, “no le pararon
bola”. El resto de los prófugos, sigue vacacionando, nadie sabe dónde
están ni por dónde empezar, pero la “investigación sigue su curso”, nos
repiten.
Sin duda, lo que están viviendo estas dos madres es una agonía, silenciosa pero indignante, como la que sienten
el resto de madres y familiares que han pasado por causas similares,
porque en las más de 40 mil muertes en los último once años, han caído
justos por pecadores.
La
sociedad del miedo parece haberse apoderado de los hondureños, pero es
tiempo de parar tanta infamia. No basta con la cobertura periodística de
los medios que no han soltado el tema en cinco meses conscientes que es
un problema de País. No basta con la labor titánica de Julieta
Castellanos y Aurora Pineda.
Es
el momento de que la sociedad tome la palabra, presione y proteste, ya
sea en las calles, en las redes sociales, en el exterior, en las
iglesias o en los cultos. Es tiempo de ser creativos, de la construcción
colectiva de ideas para que quienes tienen el poder y toman las
decisiones sepan que la “transparencia” es más que discurso y que la
agonía de esas dos madres engloba la aflicción que vive Honduras. Es
tiempo de que se nos devuelva la paz.
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