La prensa hondureña salió a las calles como nunca en
los más de treinta años de democracia formal en este país. Le acompañó la
ciudadanía de diversos sectores, razas y formas de pensamiento. La caminata del
25 de mayo, Día del Periodista Hondureño, tiene muchas lecturas, en especial al
gobierno del presidente Lobo, cuyo tiempo se le achica y pasa tan fugaz como
las estrellas.
Programada para cinco ciudades, la caminata se
extendió a nueve. Más que periodistas, tocados por el vil secuestro y posterior
ejecución del colega, Alfredo Villatoro, había un claro mensaje de la
hondureñidad harta de tanta inseguridad, en demanda de acciones concretas y
menos discursivas.
El malestar es creciente y se menciona incluso una
movilización en 213 municipios del país, la segunda semana de junio, para
protestar en sus cabeceras por la violencia y a favor de la paz. Los gobiernos
locales también quieren tener participación directa en esta ola de protestas.
Previo al recorrido, otro grupo de periodistas
capitalinos efectuó la noche del jueves 24, una simbólica vigilia pidiendo un
cese a la impunidad. Fue un acto hermoso. Ellos, por diversos motivos,
decidieron desmarcarse de la marcha del 25 de mayo. Pero al margen de las
motivaciones, claro es que la prensa hondureña en general presiente tiempos
difíciles.
Para calmar un poco las protestas, el gobierno del
presidente Porfirio Lobo, hizo otro giro de timón en la Policía Nacional. Se
sacudió al comisionado, Ricardo Ramírez del Cid, y puso en su lugar a un
oficial marcado por violaciones a los derechos humanos, que en esta coyuntura
busca jugar el papel de “bueno-malo”.
Se trata del comisionado de policía, Juan Carlos
Bonilla, alias “El Tigre”, a quien ya muchos ven como un súper héroe, sin
mayores cuestionamientos y con elogios en demasía. Sin duda, con ese marketing
mediático hecho al “Tigre” Bonilla,
Tegucigalpa descansa más tranquila porque un felino la acecha para velar
por su sueño.
El gobierno le amplió facultades para sacudirse a
las piedras que le incomoden en la nueva misión, se habla de al menos cinco
promociones anteriores a la de él. De formación militar, el comisionado Bonilla
no tendrá problemas para entenderse con el nuevo responsable de la inteligencia
y contrainteligencia en Honduras, el general Julián Pacheco Tinoco, para quien la policía se fue
de las manos porque es el fracaso de los civiles.
Mientras ese debate de la medición de fuerzas
internas y externas del comisionado Juan Carlos Bonilla y el cada vez más
peligroso protagonismo que la clase política otorga a los militares, comienza a
abrirse; el secuestro y posterior ejecución de nuestro colega, Alfredo
Villatoro, empieza a dar asomos de resolverse o de volverse más complejo. Dependerá
de la habilidad felina de nuestros policías y militares.
Una supuesta banda de secuestradores ha sido
capturada, no sé si todos sus miembros, pero empiezan a salir hechos como el
hallazgo de armas de uso exclusivo de la policía, allanamiento en viviendas en
el circuito de “seguridad” de la delincuencia, en el sector sur del país.
El Observatorio de la Violencia de la UNAH dice que
esa parte sur del anillo periférico y esa zona de residencial Las Uvas y todo
el lado sur de la capital es de inseguridad extrema. En ese circuito, según los
reportes periodísticos de los últimos siete meses operaban los carteles
policiales de La Granja y otros más. En ese corredor se encuentra el cuerpo de
Alfredo Villatoro y al parecer, en ese mismo corredor lo tuvieron todo el
tiempo de su secuestro y posterior asesinato.
¿Quién es esta banda de presuntos secuestradores?
¿Cómo operan u operaban? ¿Cuál es su radio de acción: norte-centro? ¿Son un
simple grupo delincuencial o responden a otros patrones de delincuencia
especializada? Son preguntas cajoneras que debemos hacernos los periodistas
para poder cruzar datos, hechos y modos de operar para dar con la pregunta del
millón ¿Por qué lo secuestran y matan? ¿Actuaron solos, por negocio, o
responden a algo más?
Lo más complejo está por venir, es decir, saber si
algún día conoceremos a los autores intelectuales de este crimen que mantiene
en un sollozo silencioso y permanente a los periodistas, pero a la vez con
mucha fuerza y valor para no sucumbir ante un poder sin rostro.
La rigurosidad profesional de la prensa ahora debe
ser extrema, habrá que empaparnos y leer más sobre delincuencia común y
delincuencia organizada, que tan ágiles o flexibles son las modalidades bajo
las cuales opera el crimen organizado, mejor manejo en la relación de las
fuentes militares y policiales, conocerlos más también para ser menos
utilizados, desarrollo adecuado de las fuentes de “alta confidencialidad”,
blindar mejor nuestras historias y mayor rigor al momento de seleccionar los
temas y las fuentes de información.
Por eso y más los periodistas estamos obligados no
solo a marchar y usar las calles como nuevo escenario de reclamos. Estamos
obligados a ser más profesionales, menos improvisados e irresponsables en nuestros
comentarios públicos, más bien, profundizar nuestra labor de periodismo de
pasillo para verificar y descartar,
entre otros razonamientos periodísticos.
Ese compromiso se lo debemos a la sociedad, se lo
debemos a las nuevas generaciones de periodistas que en su mayoría no les gusta
adentrarse más allá de la noticia, se lo debemos a Honduras que merece mejor
suerte y se lo debemos a Alfredo Villatoro, a los estudiantes universitarios,
al zar antidrogas, a Alfredo Landaverde, que no merecieron ese sacrificio y por
tanto su crimen no debe quedar impune, ni a medias. Se lo debemos también a las
víctimas inocentes que han caído en esta guerra abierta, aunque no declarada en
la que estamos envueltos. Debemos llegar y aproximarnos más la Verdad y lejos
de la mentira. Es hora de desenredar la madeja.
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