Judith
Matloff es una destacada periodista estadounidense que labora en la
Universidad de Columbia y tiene una amplia trayectoria como corresponsal
de guerra. Recientemente impartió una charla a un grupo de periodistas
mexicanos y centroamericanos sobre el manejo ético en la información y
las imágenes.
Mostró
diversas portadas de periódicos y videos en donde nos dijo se violaron
códigos de ética profesional e incluso convenciones internacionales de
derechos humanos. ¿Ustedes se preguntan el por qué el 11 de septiembre
no se vieron en la prensa estadounidense portadas ni imágenes de los
cuerpos destrozados de las víctimas?
Así
inició Matloff su debate, mientras pasaba una foto emblemática que
recorrió el mundo: la figura de una persona que se lanzaba al vacío
desde lo alto de un edificio en un afán por salvarse, pero no lo logró.
Nadie vio cómo quedó el cuerpo. No era necesario, la dimensión de la
tragedia ya había sido captada.
Matloff
dijo que al inicio varios medios estadounidenses fueron sorprendidos
por el sensacionalismo al pasar imágenes grotescas, pero una fuerte
protesta ciudadana de condena, les hizo reflexionar a todos y decidieron
retirar todo ese material denigrante al derecho a la imagen y a la
intimidad que tienen las personas.
Son
los dilemas éticos que viven el periodismo y los periodistas al momento
de trasladar una noticia. Si bien la gran prensa estadounidense y
mundial no difundió imágenes grotescas en el caso de las torres gemelas,
la historia fue otra con el asesinato del líder libio Muamar Gadafi.
Las
portadas e imágenes del mundo se ensañaron con las escenas grotescas de
captura y posterior ejecución. Había que dejar “evidencia” de su
muerte, sin importar que se violara la Convención de los Derechos
Humanos y las otras relacionadas con los prisioneros de guerra. Gadafi
sentenció la prensa, era un “gran criminal” y el mundo tenía derechos a
ver como “acaban los malos”. Hicieron uso del discurso propagandístico
de guerra. Son los dilemas éticos de la prensa.
En su principio número 6, el Código Internacional de Ética de la UNESCO indica que los periodistas debemos el “Respeto de la vida privada y de la dignidad del hombre”,
que incluye el respeto del derecho de las personas a la vida privada y a
la dignidad humana—en conformidad con las disposiciones del derecho
internacional y nacional que conciernen a la protección de los derechos y
a la reputación del otro--, así como las leyes sobre la difamación, la
calumnia, la injuria y la insinuación maliciosa, son parte integrante de
las normas profesionales del periodista.
Los
códigos de ética, los manuales de estilo, los principios básicos del
Periodismo son la brújula que guían a la prensa y sus periodistas. La
búsqueda diaria de la noticia pone a prueba estos elementos. La prensa
hondureña no está exenta. Las reglas del Periodismo son universales.
Sacudidos
por los últimos acontecimientos trágicos en el penal de Comayagua y
luego en los mercados de Comayagüela, la ciudad gemela de Tegucigalpa,
en el periodismo hondureño se han destacado informaciones valiosas,
relatos humanos conmovedores, pero también un exceso de amarillismo y
sensacionalismo, historias inverosímiles como aquella de “perros
comiendo carne humana” de los privados de libertad “a quienes se les vio
salir más gordos”, citó un medio de comunicación, en su mejor narración novelesca, cargada de irresponsabilidad.
Otros,
en sus imágenes televisivas no mostraron más sangre porque no les
ajustó el disco o la videocasetera. Y unos más, rompieron su propio
manual de tratamiento de la información de violencia, enfrascados en una
competencia insana de quién saca más sangre y vende más ejemplares.
Pero también ha habido medios responsables que informan sin caer en los
excesos, aunque ello no signifique que estén vacunados.
Vive
así la prensa hondureña sus propios dilemas éticos. Los criterios de
solución pasan por sus medios mismos. El periodista, como afirman los
expertos en manejo ético de la información, no sólo es responsable ante
la historia, es además, y sobre todo, responsable de la historia.
Javier
Darío Restrepo, considerado el maestro de la ética periodística en
América Latina, afirma que los periodistas no deben creerse tanto “el
cuarto poder” que le otorgan quienes intentan lisonjearlos. El poder de
la prensa, sostiene, radica en el derecho a la Palabra.
Ese
derecho pasa por lo que denomina el poder de entrar a las conciencias
de las personas, el poder de guiar y ser un educador informal, el poder
de proponer; el poder de leer el futuro, el poder de inducir el futuro y
el poder de contribuir a transformar la realidad.
Y
citando a la Asociación Latinoamericana de Prensa, bien una
responsabilidad vital de la prensa y los medios de comunicación: “ser
responsable es tener conciencia del poder que uno maneja”. Al intentar
responder en qué consiste ese poder, hay que abrirse paso, como en los
jardines abandonados, por entre malezas que ocultan el tronco verdadero,
cita Restrepo.
Prosigue:
es maleza la idea de que el poder del periodista es para obtener
privilegios, o para no hacer las filas que todo ciudadano debe hacer, o
para entrar a cines y espectáculos con pase especial, o para llegar a
las salas VIP de los aeropuertos. Nada de eso es poder sino una
“repugnante ostentación de casta dominante, y el periodista no puede ser
casta privilegiada”, sentencia.
Cada
frase del maestro Restrepo son dilemas éticos que los periodistas
debemos responder y enfrentar. Y frente a la crisis que vivimos y los
riesgos que se vienen, es propicio abordar el tema de los conflictos éticos en el periodismo.
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