La pregunta descolocó a los expositores y a la
prensa misma, que debatía en ese momento posibles caminos de encuentros de
unidad gremial y solidaridad, ante el asesinato de periodistas, tras escuchar
las historias de colegas de México y España sobre el impacto de la violencia en
la prensa mexicana y la posibilidad de réplica en Honduras y los llamados
países del triángulo norte de Centroamérica.
Conocían de mano de los colegas invitados la historia del
periodista Gregorio Jiménez, asesinado en Veracruz, México, y a quien los
medios para los cuales reportaba le pagaban 1.50 de dólar por cada nota, algo
similar a los escenarios que viven los periodistas del interior de Honduras,
coincidieron los colegas hondureños. “Goyo”, como le conocían, tenía que
escribir cerca de 100 noticias para hacerse un salario de unos 300 a 400
dólares, relataron.
Su crimen intentó ser manejado como un caso de “rencillas
personales” por la autoridad mexicana, pero la presión de la prensa, la
dignidad con que vivía Goyo y la humildad de su familia, llevó a la autoridad a
botar su propia mentira y comenzar una investigación exhaustiva al trascender
que el periodista investigaba casos de trata y abusos contra migrantes.
El caso de Goyo Jiménez fue algo así como el parte de aguas
en la historia del periodismo mexicano al desatar un movimiento de unidad
gremial que no veían hace años atrás, relató el periodista Luís Guillermo
Hernández, quien ofreció consejos y formas de cubrir la violencia en zonas
donde existe la presencia de los barones de la droga.
“En México, no nos dimos cuenta cuando venía la guerra, nos
agarró en medio de la ola”, dijo al tiempo que recomendó a los periodistas
comenzar a perder el asco frente al otro, en aras de encontrar acciones
colectivas de solidaridad y unidad gremial. Hernández dijo que es a los
periodistas mismos a quienes corresponde unirse y evitar que siga la ola de
crímenes en contra de quienes ejercen esta profesión.
Relató como las experiencias colombianas y brasileras han
servido en el proceso de unidad que ahora vive la prensa mexicana.
“Cuando hablo de perdernos el asco, es que hagamos a un lado
las diferencias que podemos tener con colegas que no son éticos, no son
honestos o que son acomodados, colegas que no nos caen bien, colegas que son
altamente ideologizados, en fin, colegas con quienes por algún motivo tenemos
diferencias”, detalló.
En síntesis, dijo, hacer a un lado las diferencias entre los
periodistas puros, los químicamente puros, los no tan puros, los ideologizados
y los activistas partidarios y militantes. Sus palabras causaron un silencio en
el auditorio, dominado en su mayoría por jóvenes generaciones de periodistas.
Vinieron las reflexiones, la angustia por encontrar salidas
a la autocensura y el miedo que aprisiona a la prensa hondureña frente a la
impunidad en los crímenes de los periodistas y del país en general.
Pero fue una joven periodista quién descolocó con su
pregunta al expositor y al auditorio. Usted—dijo a Hernández—habla de perdernos
el asco. El asco se puede perder cuando me baño, me cambio de ropa o vomito,
pero aquí en Honduras la cosa no es de perderse el asco, aquí es de vencer el
odio.
Y argumentó su tesis al relatar que durante una cobertura de
la crisis del 2009 con el golpe al ex presidente Zelaya, ella se encontraba
cubriendo una manifestación de los simpatizantes del ex presidente y
entrevistaba a una de las participantes, cuando de pronto, alguien detrás de
ella, extendía su mano para tirar del cabello a la entrevistada para que no
diera declaraciones a la periodista.
“Mi sorpresa es que al darme la vuelta, veo que quien estaba
haciendo eso era otra periodista, una colega. No lo podía creer, nunca vi tanto
odio y si uno cubre protestas, como es el trabajo del periodista, los mismos
colegas le echan las turbas solo por no estar de acuerdo con los medios de
comunicación donde uno trabaja”.
“Yo me pregunto, cómo un periodista puede hacerle eso a otro
periodista, o a otra persona, eso no es asco, eso es odio. No me explico por
qué tanto odio si uno cubre al igual que ellos bajo la lluvia, el sol, aguanta
hambre, en fin tantas cosas que pasamos los periodistas. Aquí no es cuestión de
asco, es odio y tenemos que aprender a vencer ese odio para unirnos, porque
sino, la lucha irá para largo”, acotó.
Del lado de los ponentes, el asombro era visible, no
esperaban una anécdota tan fuerte, mientras los asistentes mostraban
preocupación ante el reto lanzado, conscientes que la solución nos compete a
todos. La otra pregunta es, por dónde empezar y cómo empezar.
El evento, organizado por la embajada de Estados Unidos en
Tegucigalpa, denominado “Periodismo en situación de riesgo, experiencias de
Colombia, Centroamérica y México”, tuvo muchas lecturas a lo largo de dos días,
pero esta pregunta de la colega hondureña me cabecea, como dicen los editores
de las redacciones cuando ponen un titular que no termina de convencer.
La otra parte del encuentro tocó el tema de la violencia y
los riesgos, pero también abordó el caso de sociedades polarizadas por la
política y el periodismo militante. Ambas cosas dañan no solo a una nación,
dañan a la prensa y dañan a una sociedad.
Un periodista español en su exposición recomendó a la prensa
hondureña hacer a un lado la polarización ideológica porque eso no abona en
nada a la construcción democrática, dijo que si bien no se debe olvidar los
hechos del 2009, quedarse colgado en ese espacio y tiempo tendrá un efecto
seguro e inmediato: una prensa rancia y un país más dividido y empobrecido. El reto
está en vencer el odio.
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