lunes, 10 de septiembre de 2012

Jorge Talavera Sosa


Procedo de una generación privilegiada de periodistas. Como muchos de mis colegas tuvimos el honor de conocer, tratar o saber de las hazañas de esa generación de periodistas que de los años cincuenta hasta ahora,  ha sido parte de las transformaciones que ha vivido el país y el periodismo hondureño en general.
Algunos con más historia, mucho antes de que naciéramos como fue el maestro de maestros, Ventura Ramos Alvarado o el querido cronista parlamentario, Guillermo Castellanos Enamorado, quienes fueron mis maestros en las aulas universitarias cuando sellaban su paso por la máxima casa de estudios. Ambos, ya descansan en la paz del Señor.
La disciplina de la lectura, el debate de las ideas y la defensa de los principios que inspiran el ejercicio del Periodismo, fueron parte de sus legados. Son referentes obligados para las nuevas generaciones de periodistas por su trayectoria y convicciones éticas.
Transitar entre quienes nos tocó iniciar el periodismo en el ocaso de una Centroamérica en guerra y una Honduras con heridas no selladas pero apostando a dar a la Nación un poco de institucionalidad, fue interesante y aleccionador para mi generación que sigue siendo parte de esa transición inconclusa en este país, recogiendo la historia, contrastando los datos y reinventado el oficio para no agonizar en el intento de un mejor país y una mejor prensa.
Fue así como conocí al periodista Jorge Talavera Sosa, jefe de Redacción del diario La Tribuna, en San Pedro Sula. Él leía mis escritos cuando era reportera “free lance” en diario El Heraldo, luego fui editora y posteriormente Jefa de Redacción.
Los periodistas Liliam López Carballo, German Reyes y don Adán Elvir, fueron cómplices indirectos de esa relación de amistad e inquietudes periodísticas que desarrollé con Talavera Sosa.
Fue de esas relaciones que los periodistas cultivamos a distancia, más por coincidencias que por cercanías geográficas; son esos aprecios basados en el respeto y el degustar crónicas o lecturas comunes, aunque no siempre coincidiéramos en los pensamientos o creencias.
Me encantaba conversar con él, era un adulador exquisito, respetuoso pero muy franco en sus apreciaciones. Se jactaba de tener “olfato” para descubrir los talentos en el Periodismo.
Tenía una habilidad narrativa impresionante, sabía conectarse con sus lectores. Su columna “Rueda la bola” era una combinación de urbanidad y ruralidad, de denuncia punzante, de ironía fina y de costumbrismos que solo podemos entender los que somos de pueblo, de tierra adentro, pero sin haciendas ni principios de cacicazgos. Gente común, como me considero.
Él sabía retratar a sus personajes, así uno identificaba al político “malinche”, al campesino de a pie, a la joven moza que al contonear su figura paraba el tráfico o que con su belleza sin igual “embrujaba” a cualquiera. Era genial. En sus relatos uno encontraba a la chismosa o el chismoso del pueblo y permitía al lector dar rienda suelta a la imaginación.
Pocos cronistas como Talavera Sosa tenían esa capacidad de hacer que el lector “viajara en el tiempo”, al grado de percibir cuando estaba indignado o cuando denunciaba las injusticias, en un estilo jocoserio que no dudo disgustó a más de alguno.
Por eso su muerte me impactó. Un mensaje del periodista Juan Carlos Sierra, comunicando en el chat su deceso, me sacudió. Había hablado con él hace como dos meses, me llamó para pedirme unos datos de migrantes, porque según él, “usted tiene una memoria privilegiada”. ¡Qué cosas!
La muerte es así, ingrata, sin tiempo para las despedidas; solo para los buenos recuerdos. Así recordaré al periodista Jorge Talavera Sosa, con las buenas cosas y los buenos consejos que me dio y dejó. Así lo debemos recordar los periodistas de mi generación que como su servidora, tuvo el placer de tratarlo y de viajar con sus crónicas en el tiempo. Que descanse en paz, amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario