miércoles, 9 de mayo de 2012

Periodistas, sin protección frente a un poder sin rostro


“La violencia nos estalló en las manos”, “el 2008 nos cambió la vida”, “hemos renunciado a la primicia”, así se expresa la prensa en México y hacia ahí parece que vamos los periodistas en Honduras: desprotegidos frente a un poder sin rostro que intimida, secuestra, extorsiona y asesina.
En un reciente encuentro de periodistas como parte de un programa de estudios para analizar la violencia y los riesgos de la prensa en México y los países centroamericanos, los colegas mexicanos compartieron sus experiencias, sus temores y sus hazañas en la cobertura del México hoy.
Con mucha valentía, han inventado sus propias formas de sobrevivencia más allá de los manuales de guerra. La guerra que vive México y se expande por los países del norte de América Central: Guatemala, El Salvador y Honduras, rompe cualquier patrón de conducta donde el enemigo, posee un rostro invisible que se esconde en la impunidad con que operan ciertos grupos desde las estructuras del Estado.
El secuestro del periodista, Alfredo Villatoro, de HRN, y el enérgico comunicado del Colegio de Periodistas de Honduras—que hace tiempo no les leía algo así—me trae a la memoria la experiencia mexicana, el relato de sus periodistas y las historias que no trascienden ante la opinión pública.
Uno de las expositores en ese encuentro, que impulsó la red mexicana “Periodistas de a pié”, dijo que la realidad que vive México y algunos países de América Central no es la misma de la Colombia de Pablo Escobar Gaviria.
En la Colombia de Pablo Escobar Gaviria, las mafias tenían ciertos “códigos “de respeto, no tenían claro el costo político de sus acciones para un país, pero lo intuían.
Ahora, la historia es otra. El costo político de los asesinatos no importa a las mafias mexicanas, cada vez más virulentas, explica el veterano periodista estadounidense Frank Smith, experto en coberturas de guerras y sobreviviente de la guerra en Irak tras ser secuestrado por 18 días.
¡Qué tenaz! Lo que ustedes viven, dijo Frank Smith. ¡Y vaya si no!
Que si pusieron una bomba en la redacción de un diario en Veracruz o que en Ciudad Juárez un medio increpó a los carteles sobre cómo informar, tras el asesinato de varios reporteros, o que en Sinaloa los periodistas renunciaron a la primicia informativa, como confesó un editor de esa zona a la periodista y experta en redes sociales, Esther Vargas, fueron algunas de las anécdotas que medían el termómetro de la situación de la prensa mexicana.
La pregunta es ¿En qué fase estamos en Honduras? ¿Qué pasa y qué vive la prensa en los países centroamericanos que comparten violencia con  nosotros? ¿Cuándo llegará la ola? ¿Cómo lo hará?
El asesinato de más de 22 periodistas en la última década, ¿es acaso el asomo de la ola?
El secuestro del periodista Alfredo Villatoro, ¿será otra señal? El asesinato hace un par de días de Erick Martínez Ávila, un colega defensor de los derechos humanos, en particular de los grupos vulnerables en la comunidad LGTB, ¿nos indica algo que no queremos ver?, las amenazas y denuncias interpuestas por colegas en la norteña ciudad de San Pedro Sula, ¿responden a algún patrón en particular? El silencio de la prensa de los territorios calientes de la droga, ¿es un mensaje cifrado que ese poder se hace sentir también ya en la capital?
¿Quién secuestra en Honduras? ¿Quién mata? Sin duda, un poder sin rostro.
Nuestras autoridades dicen que “investigan” a “profundidad”.
De ahí que el Colegio de Periodistas de Honduras en su último comunicado fuera contundente al señalar: “Queda evidenciado que la actividad preventiva no tiene la cobertura ni contundencia necesaria para inhibir la comisión de delitos. Las ciudades están abandonadas, y a cualquier hora que se transite, los ciudadanos estamos expuestos a grupos del crimen organizado, que son los amos y señores de nuestros barrios y ciudades, incrementándose las amenazas en horas de la noche”.
“La privación de la vida y de la libertad se ha vuelto tan común que pareciera que las autoridades únicamente las tratan como estadísticas, soslayando el sufrimiento de las víctimas y sus familiares y el desprestigio del país ante la comunidad internacional”, apunta en otra de sus partes el comunicado.
El secuestro de Alfredo Villatoro, a cuya condena me sumo, se produce tres años después que otro colega suyo sufriera la misma suerte. Se trata de Andrés Torres. Ambos hechos se producen justo cuando Honduras celebra en mayo el mes del Periodista. Un mes que en los últimos cinco años ha sido de sobresaltos más que de satisfacciones.
Se da también en un contexto de repunte imparable de la violencia y la criminalidad, pese a los relámpagos que de cuando en vez nos deja el llamado “falso invierno” del bendito cambio climático.
En el caso de Villatoro, los primeros partes policiales son muy confusos. Se dice que capturaron a uno dado de baja, con arma oficial, que fue y no fue. “Mal audio” seguramente. Todo sigue en cero. Los colegas llaman a cadenas de oración en búsqueda de un milagro que nos devuelva al colega. ¡Los queremos vivos, nos queremos vivos! Esa, parece que será la frase que al igual que la prensa mexicana, debemos empezar a aplicar nosotros, los periodistas hondureños. ¿Hasta cuándo?

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