domingo, 6 de octubre de 2013

Se nos fue el Mayor

El vecindario cada vez se achica y el retorno ya no es el mismo. El aire se vuelve pesado y solo los recuerdos de infancia y adolescencia disipan la atmósfera.

Desde que tengo uso de razón mi vida ha estado marcada por mis vecinos y amigos de vecindad, como una extensión de la red familiar. Un cerco de púas nos separaba y muchas cosas en común nos unían: solidaridad, amistad, respeto, historias al caer la tarde; regar las plantas, barrer la acera y el patio de nuestras casas, cuando amanecía o cuando el sol se ocultaba. Compartir la comida en las épocas especiales y el abrazo sincero en la navidad o el año nuevo.

En esas historias un personaje estuvo siempre presente: el mayor retirado Carlos Ávila, a quien la parca se llevó recientemente y con él numerosos recuerdos del barrio, cada vez más solo, arrancándonos a nuestros seres queridos.

La partida del mayor Ávila, padre de mis queridos amigos Karla María, Luís Antonio, Juan Carlos, Manuel y David—los últimos tres residentes en Estados Unidos—nos dolió a todos en el vecindario. Con él y su esposa la profesora María de la Paz “Pacita”, mis hermanas y yo obteníamos los permisos de nuestros padres para ir a las tres fiestas del año en el pueblo: la fiesta de coronación en la feria agostina, la de Navidad y la de Año Nuevo.

Como todo un militar disciplinado, el mayor Ávila se responsabilizaba de nuestro cuido y había que portarse bien para ganarse el próximo permiso. Sus historias sobre la guerra de 1969 entre Honduras y El Salvador donde él estuvo en el frente de guerra defendiendo el país, eran alucinantes, así como otras facetas de la historia militar o política de Honduras que le tocó vivir o conocer de cerca.

Mis hermanos, a su vez, conocieron de sus consejos y de su rigor en la formación militar, en particular, en los ensayos previo a los desfiles patrios, donde él se lucía para que todo fuera impecable.

“El mayor”, como todos le decíamos, era un hombre culto, de una recia personalidad e imponente presencia. Fue maestro del instituto Felipe E. Augustinus en San Lorenzo, Valle, donde yo estudié. Ahí me dio clases de inglés y todos sus alumnos le decíamos “teacher”. Ahí no era el mayor, el vecino, era el maestro investido de autoridad y respeto.

Ya jubilado, todas las tardes sacaba una silla en la acera de su casa y se sentaba a leer, a ver pasar la gente o conversar con sus amigos. En navidad, la muchachada se reunía en el patio de su casa para ir dejando las cosas que se pondrían al muñeco de fin año para quemarlo en un portón de hierro que era el único recuerdo que quedaba de la casa de mi tía Chabela, la primera en dejarnos hace muchos años.

El mayor tenía un sentido del humor que a cada cosa le ponía un nombre o se inventaba una “perra”. Detrás de esa recia personalidad con que le recordará mucha gente en el pueblo, había un hombre sencillo, tierno y honesto, porque para ser un militar veterano de guerra y héroe nacional, vivió como todos nosotros en el vecindario: modestamente y de su trabajo. Fue un militar digno.

Su partida se suma a la de mi padre, mi hermana, mi tía, don Miguel, la de don Carlos, doña Débora, don Mariano, don Luís, doña Chona, Rey “tortilla” y doña Rosa. También la del joven Carlos Cárcamo, de quien recuerdo su amplia sonrisa, siendo yo una niña, que soñaba con conocer México para ser artista. ¡Ah tiempos aquellos!

Mi madre dice que con la partida del mayor se le fue uno de sus mejores vecinos. Ella es la única que nos queda de toda esa generación de patriarcas y matronas del vecindario junto a Esvelyn.


Y mientras el pueblo crece y mi barrio para mí se achica, el mayor Ávila sin duda descansa en esa paz eterna hacia donde partieron también mis seres amados. Ahí, presumo, les espera también nuestro querido poeta del pueblo, el abogado, Ricardo Banegas, con su “Colibrí al vuelo”. Que la paz esté con ellos y nuestras familias.

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