lunes, 18 de marzo de 2013

¿Quién asesora al Presidente?


Los teóricos de las estrategias de comunicación para Gobiernos son del criterio que al momento de asesorar a un Presidente se le debe hacer una pregunta obligatoria: ¿Usted cómo quiere ser recordado al final de su gobierno: cómo un dictador o como un reformista? Casi todos se apuntan en el segundo escenario, pero no siempre lo logran.
La respuesta, sostienen, debe ser sincera porque de ahí parten las grandes líneas estratégicas que regirán las políticas de comunicación de su gobierno y el gabinete que lo acompaña. El éxito o fracaso dependerá de la anuencia del gobernante a escuchar, de hacer los giros de timón cuando sean necesarios y de replegarse en la estrategia cuando la coyuntura así lo defina.
Pero en Honduras nuestros últimos gobernantes han carecido de esa sapiencia. Da la impresión que gobiernan “a lo que salga”, la estrategia no existe—excepto para los intereses no confesados públicamente—y van de error en error aunque sus ideas sean bien intencionadas.
El espíritu de la reforma parece haberse impregnado en su piel, pero al revés. Los procesos de reforma siempre generan alergias, pero cuando son bien conducidos, bien manejados, bien planteados y razonablemente creíbles, la resistencia al cambio va re-cediendo.
Eduardo Stein, coordinador de lo que fuera la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR),  al término de su trabajo dijo algo interesante: cuando iniciaron su trabajo la polarización en Honduras estaba al máximo nivel, pero al finalizar su trabajo esa visceralidad entre los hondureños había bajado sus niveles de intensidad, había un espacio para el diálogo y la reconciliación.
No había pasado un año del excelente trabajo de la CVR cuando Stein tuvo que advertir nuevamente que el país se estaba descarrilando con la destitución de los cuatro magistrados de la sala constitucional del poder judicial. No se anduvo por las ramas al decir que fue un golpe a ese poder del Estado, al país y a su institucionalidad. De esa ocasión a la fecha, el nivel de exaltar los ánimos, de dividir y de ahogar el espacio al debate de las ideas parece ser la constante más común en Honduras.
El país parece que está dando un vertiginoso salto al pasado. El presidente de los hondureños, don Porfirio Lobo Sosa, no ha podido transitarnos por el camino de la reconciliación, el respeto y la paz que nos prometió; al contrario, se ha sumado torpemente al barco de las discordias, echando al traste así lo que ganó en el doloroso camino de la reinserción del país en el concierto de naciones.
Lobo Sosa está actuando erráticamente hasta en aquello que es bueno para el país como el tema de la revisión de las exoneraciones y las polémicas reformas a la ley de telecomunicaciones, últimas que violentan seriamente el derecho a la libertad de expresión aunque sus impulsores expliquen con jerigonzas que no violentan lo establecido en la doctrina universal de derechos humanos. Bien dicen que en el país de los ciegos, el tuerto es Rey. Cuánto nos falta por aprender, por recobrar la tolerancia, escuchar y respetar la disidencia. En materia de libertad de expresión la doctrina es tan amplia y tan rica que aquí cualquiera,  que no la conoce, sucumbe al primer sombrerazo gubernamental.
Dos cosas buenas y necesarias en el país, están siendo estratégicamente mal manejadas por el presidente Lobo Sosa y su gobierno. ¿Quién asesora al Presidente? ¿Quién no lo quiere que lo exhibe de esa manera?
En el tema de las exoneraciones da la impresión que la comisión revisora ha caído en un agujero negro, una especie de panal con muchos agujeros como definió recientemente el titular de Educación los problemas de su Secretaría. Así parece estar la comisión al caer ahora en una nada envidiable postura de querer gravar con nuevos impuestos a la clase media, mientras las cosquillas no llegan a los grandes evasores. El tiempo se está comiendo a esta comisión que partió de su primer error estratégico: no medir bien el terreno, empantanarse en el mismo y no saber cómo salir sin que su labor se vea como un fracaso del gobierno al no “cazar” los peces gordos originales sobre los cuales tenía la mira el actual gobernante.
En el tema de las telecomunicaciones, la propuesta enreda la regulación del espectro radioeléctrico con los contenidos informativos y noticiosos, los mensajes que dan las fuentes a los periodistas y el derecho ciudadano al pataleo. Una buena cosa como garantizar el acceso de frecuencias a las radios comunitarias y castigar a quienes abusen de las frecuencias vendiéndolas a otros, se enredó en el deseo que siempre tienta a los gobiernos: controlar los medios, espiar a sus críticos y neutralizar a sus opositores.
Hasta ahora no ha sabido Lobo Sosa ni sus acompañantes como entrarle al tema de la democratización de los medios; no ha sabido el Presidente cómo manejar los respetos entre la prensa y el poder, entre el gobierno y periodistas, entre el gobierno y sociedad, entre el gobierno y la democracia. Esta propuesta tiene tantos sofismas que solo corrobora que el gobernante cayó al cuarto oscuro de su último año presidencial. ¿Quién asesora al Presidente? ¿Quién no lo quiere que lo exhibe así?
Mientras estas distracciones nos atrapan y la intolerancia a la crítica aumenta, el país sigue su historia sin resolver y sin salidas visibles: la inseguridad y las más de 20 mil muertes en tres años, la cooptación del crimen organizado de importantes franjas territoriales en el interior del país, la incapacidad del gobierno de volvernos a meter en la Cuenta del Milenio porque el país no avanza en lucha anticorrupción y la crisis económica y fiscal que nos golpea cada fin de semana en el bolsillo. Cuatro grandes áreas sobre las cuales la labor de la prensa sin duda incomoda.
Da la impresión que al cuarto de límite de la gestión gubernamental sus estrategas quieren “cuadrar” a como dé lugar el sueño reformista de todo gobernante, aunque la percepción sea al revés. De cara a las elecciones de noviembre próximo, querrá el delfín del señor Lobo Sosa heredar esas “reformas”. Es cuestión de tiempo para averiguar.
 

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