jueves, 22 de marzo de 2012

La agonía de una madre


Escuché sus declaraciones y sin duda ellas encarnan no sólo la agonía de una madre,  también la de un país. Se trata de Julieta Castellanos y de Aurora Pineda. Venían de entrevistarse con el fiscal general, Luís Rubí, en búsqueda de respuestas a su caso: la muerte a manos de la policía de sus hijos, Alejandro Vargas Castellanos y Carlos Pineda.
Han pasado cinco meses de ese trágico suceso que desnudó el pus en la policía hondureña y en Honduras, todo pasa, sin que nada haya pasado. ¡Qué curioso!
La vida les arrebató sus hijos y haciendo a un lado el dolor y la impotencia,  ellas siguen luchando, tocando puertas, impulsando reformas, desnudando la impunidad, exigiendo respuestas, pidiendo justicia y evidenciando “ídolos de barro”.
La prensa hondureña no se ha quedado atrás en acompañar a estas dos valientes mujeres, que junto a la viuda de Alfredo Landaverde, Hilda Caldera, han desafiado al sistema de impunidad en Honduras. Su osadía no ha sido fácil, tanto así, que Hilda Caldera ha optado por replegarse ante amenazas a muerte. Le hostigan, le llaman y hasta le piden dinero a cambio de darle el paradero de los asesinos de su esposo. Éstos, ahora la extorsionan, pero nadie actúa, todo sigue igual.
En el caso de Julieta Castellanos, los periodistas la vemos como la Rectora de la UNAH que con el mismo presupuesto de hace años, ha construido edificios, le ha dado un rostro más digno, empieza a ordenar la casa e impulsa una reforma universitaria que busca recobrar el otrora prestigio de la UNAH. Poco a poco lo está consiguiendo.
La conocemos también como socióloga, como experta en temas de seguridad y de gobernabilidad, pero nos cuesta verla como a doña Aurora: como una madre, que llora, que a ratos la invade la desesperanza, pero que el compromiso de que su hijo descanse en paz, la impulsa a seguir adelante aunque en el camino “deje la vida o me maten”, confiesa.
Y sabe que su vida está en riesgo constante, pero no se dobla. Su fuerza radica en el espíritu de madre, el dolor que la arropa y el conocimiento que tiene del tema en cuestión, como es la seguridad, un derecho que parece hemos perdido los hondureños si reflexionamos sobre las más de 40 mil muertes en once años, como si fuésemos un país en guerra.
El país agoniza y los funcionarios se ufanan de decir que ahora somos “transparentes”.  Transparentes porque en el caso de los universitarios se transpira un espíritu de cuerpo entre fiscales y policías que es sinónimo de impunidad. La policía no envía a la Fiscalía la lista de sus miembros depurados y ésta no los exige, sólo lo revela cuando se cuestiona su negligencia.
Los policías implicados en el asesinato se fugaron con “permiso oficial” pero nadie encuentra a los responsables. El juego de palabras, las pruebas y el debido proceso “legalizan” en extremo la “judicialización” de los casos.
Uno de los cinco policías prófugos en el caso de los universitarios se entregó por intermediación del Comisionado de los Derechos Humanos y la rectora, porque cuando quiso hacerlo en la Fiscalía, “no le pararon bola”. El resto de los prófugos, sigue vacacionando, nadie sabe dónde están ni por dónde empezar, pero la “investigación sigue su curso”, nos repiten.
Sin duda, lo que están viviendo estas dos madres es una agonía, silenciosa pero indignante, como la que  sienten el resto de madres y familiares que han pasado por causas similares, porque en las más de 40 mil muertes en los último once años, han caído justos por pecadores.
La sociedad del miedo parece haberse apoderado de los hondureños, pero es tiempo de parar tanta infamia. No basta con la cobertura periodística de los medios que no han soltado el tema en cinco meses conscientes que es un problema de País. No basta con la labor titánica de Julieta Castellanos y Aurora Pineda.
Es el momento de que la sociedad tome la palabra, presione y proteste, ya sea en las calles, en las redes sociales, en el exterior, en las iglesias o en los cultos. Es tiempo de ser creativos, de la construcción colectiva de ideas para que quienes tienen el poder y toman las decisiones sepan que la “transparencia” es más que discurso y que la agonía de esas dos madres engloba la aflicción que vive Honduras. Es tiempo de que se nos devuelva la paz.

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