lunes, 16 de mayo de 2011

Honduras, hacia un “¿periodismo de ballet?”

Es la pregunta obligada para quienes hacemos la labor del periodismo en Honduras, cada vez más complicada, sorteando las dificultades que imponen las cofradías del poder y las cofradías de la misma prensa. Lo acontecido recientemente en Catacamas,Olancho, donde por seis horas los carteles de la droga se enfrentaron con un operativo antidrogas de la policía y los militares, deja más dudas que certezas, al trascender que los habitantes de esa noble ciudad optaron por la autocensura y el toque de queda personal, como una alternativa de vida.

Las historias olanchanas de la prensa y sus pobladores, al igual que la del resto de personajes de otros puntos del país visualizan para el periodismo hondureño un panorama “infestado” de narcotráfico, impunidad y circo político que vuelve cuesta arriba su labor de orientar, informar y contrastar.

Esa dificultad es aún mayor en el interior del país, en donde los comunicadores sociales con quienes he hablado para tomar el pulso al problema de la prensa en la cobertura del crimen organizado, no han dudado en indicarme que el periodismo que pueden aspirar a realizar, es un “periodismo de ballet”.

“¿De qué nos sirve que nos digan: usted es el mejor periodista de la zona?, si esos mismos que lo adulan, pueden ser los que después van adónde los criminales a decirles: ese es el periodista que te denunció y vienen luego las amenazas y hasta la muerte”, me dijo uno de los comunicadores del interior a quienes consulté.

Otro me respondió, “aquí lo que vale para que no te maten, es hacer un periodismo de ballet, es decir, bailar suave y andar con los pies en punta para no traspasar ningún hilo del poder que te valga un par de tiros”.

“Mire como es la cosa, aquí uno no puede darse el lujo de los periodistas de la capital o San Pedro Sula que exhiben a las personas capturadas por la policía y leen el parte policial. Aquí si sacamos a los delincuentes, peor si son del narcotráfico, aténgase a las consecuencias, porque lo único que ofrecen es aparecer muerto bajo un árbol de Ceiba, y ya lo han hecho”, comentó otro periodista.

La semana pasada, otro comunicador social fue asesinado a mansalva por desconocidos sin que sepa, como el resto de casos, quién o quiénes fueron los responsables. Su crimen fue parte de un hecho más dentro del círculo de muerte y violencia que asola a Honduras desde hace un gran rato.

El comunicador social es el undécimo periodista asesinado y las autoridades responsables casi siempre manejan sus hipótesis pero luego de un tiempo no logran aterrizar ninguna de ellas y en donde puede existir contundencia prefieren callar para no “dañar la imagen”--aducen-- de la víctima y sus familiares. ¿Hasta dónde eso es cierto? ¿Hasta dónde esas posturas lejos de ayudar a ser más transparente y equilibrada la labor de la prensa, se traduce en un culto a la impunidad y una colusión con los criminales?. ¿Hasta dónde ese silencio es cómplice para matar la labor cuestionadora del periodismo? Las preguntas dan para más, pero la respuesta es la misma: casi nunca hay nada investigado seriamente en Honduras por los responsables de impartir y hacer que prevalezca la justicia.

En el caso del crimen organizado, no deja de causar gracia cuando la autoridad se ufana en decir que el operativo en Catacamas, Olancho, es una muestra “del miedo que nos tienen los narcotraficantes, los tenemos cercados”. Tan cercados, presumo, que se les escapó en sus narices otra avioneta llena de dólares procedentes quién sabe de dónde y hacia dónde. Pero las autoridades están “investigando seriamente”.

Esa avioneta, como otras que han salido de los puertos oficiales y hasta militares del país, reflejan, en el fondo, un preocupante crecimiento e influencia de la economía paralela del crimen organizado y del narcotráfico sobre la economía legal hondureña.

Mafias, carteles, señores de la guerra convertidos en traficantes, paramilitares obrando por su propia cuenta, grupos separatistas que practican la extorsión y el tráfico para financiarse, suplantaron a los últimos regímenes dictatoriales como el principal peligro físico para los profesionales de los medios de comunicación. De los periódicos a los boletines, de las misceláneas informativas a la “nota roja”, la prensa parece condenada a contar los muertos, incluidos los suyos, cita un último informe de la organización defensora de la libertad de expresión a nivel mundial, Reporteros sin Fronteras (RSF) con sede en París, Francia.

Pero el estado de indefensión para la prensa, los periodistas y la sociedad no termina ahí. Del lado de la autoridad, crecen las denuncias sobre la policía y su abuso de autoridad al efectuar redadas en zonas seguras y montar a sus patrullas a jóvenes profesionales sin identificarse ni pedirles documentos para posteriormente, liberarlos antes de llevarlos a la posta policial mas cercana, a cambio de dinero. Es decir, no solo hay que pagar impuesto de guerra a las maras o pandillas, parece que también hay que pagar impuesto de guerra a la policía. Y de remate, las extorsiones a los restaurantes y centros comerciales de la capital, son otras historias por contar. ¿Hasta dónde y cuánto más aguantará tanta impunidad Honduras?

No todo en la autoridad es malo y es justo hacer el equilibrio, pero cierto es también que la depuración de los malos no es tan acelerada a lo interior de los cuerpos de seguridad del país como el número de asesinatos que a diario se registra en el país. Como afirma el secretario de Seguridad, Óscar Álvarez, “los buenos somos más”, una tesis que debe certificar y demostrar a lo interno de su institución para que “los malos, no se impongan sobre los buenos”. Le tomo la palabra.

En el caso del periodismo hondureño, el tiempo nos dirá, más temprano que tarde, si ese periodismo “de ballet” también llega a la ciudad, amenazado no solo por el narcotráfico, sino también por los políticos autoritarios de barrio. En el mes del periodista, valga esta reflexión y preocupación, que seguro será opacada por las triviliades que acompaña la adulación del poder, pero que confío en el futuro haberme equivocado para que el buen periodismo, mas allá de las amenazas e intimidaciones, tenga una larga y sana vida, porque la sociedad se lo merece.

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