martes, 8 de marzo de 2011

A mi hermana

Me aprestaba, como muchos hondureños, a asistir al concierto de Joan Manuel Serrat, uno de mis cantautores favoritos, cuando la parca apareció en mi familia, para arrancarnos, de tajo y sin aviso, la vida de mi hermana Liliana Mejía López, la mayor de nosotros, que antes y después de la muerte de mi padre, fue junto a mi madre, la piedra en donde se cimentó la familia de la cual provengo y me siento orgullosa.

Al festejarse este 8 de Marzo el “Día Internacional de la Mujer”, quiero rendir un homenaje póstumo a ese ser tan querido para nosotros, que fue una heroína anónima, que prefirió una vez graduada, buscar un empleo en el pueblo, en San Lorenzo, y ayudar a mi padre para que todos sus hermanos pudieran salir adelante con un título y una profesión universitaria.

Así dedicó 32 años de su vida a trabajar en la rama contable y de auditoria de la Empresa Nacional Portuaria (ENP) en San Lorenzo, Valle, con una excelente trayectoria no solo profesional, también ética y de honradez. Fue una institución en el arte del buen desempeño profesional y de solidaridad humana, hasta que la muerte nos la arrebató de un plumazo, sin tiempo para las despedidas. Un infarto fulminante no las llevó como un suspiro.

Sus hijos Karen, Óscar y Johanna, así como su nieto Sebastián, no lo pueden creer, como tampoco mi madre que fuerte como un roble, llora en silencio en las madrugadas con un dolor tan profundo que cala hasta los huesos. Todos estamos deshechos, hermanos, yerno, cuñadas, cuñados, tíos, sobrinos, primos y sus amigos. Mi hermana murió joven, no llegaba aún a los sesenta años y justo cuando la vida empezaba a recompensar sus sacrificios.

No obstante, la vida continúa y quiero recordar a mi hermana como lo que fue: un ser extraordinario y especial. Siempre pendiente de que a nosotros no nos faltara nada cuando estudiábamos en el colegio o la UNAH, complementándonos la mesada que nos daba mi padre, pendiente de nuestra ropa, zapatos y atenta para el consejo oportuno, así como ofrecer su hombro para llorar. Ella estaba orgullosa de su familia.

Fue una mujer que ayudó a quien pudo, sin poner reparos, pese a las muchas traiciones recibidas. Su fe espiritual que encontró al asistir a una iglesia evangélica—aunque nosotros somos católicos-- la hizo crecer como persona de una forma increíble; nunca una mala expresión hacia nadie. Sus compañeros de la iglesia “Amor Viviente” dicen que fue también una piedra para ellos cuando empezaron a congregarse en el pueblo.

“Si no había un pastor, ella se reunía y visitaba a cada uno de los miembros para leer la palabra de Dios, animarlos y evitar que el esfuerzo se cayera”, dijo entre sollozos el nuevo líder religioso al frente de esa iglesia en el pueblo, mientras le rendían un oficio religioso.

De ahí que su velatorio, pese al dolor que ello encierra para quienes la amamos entrañablemente, fuera también una especie de rito y fiesta que la llevaría a una mejor estadía, de la cual nadie ha regresado para contar como es “el más allá”.

Muchas flores y un pueblo volcado para rendirle un tributo, ha sido la mejor muestra de solidaridad que recibimos, donde la gente se nos acercaba, desde el más humilde hasta el más elegante, para contarnos como mi hermana les ayudó o brindó un consejo. A su sepelio fue tanta gente que jamás imaginamos, corroborando así ese dicho que dice: “quien siembra, cosecha”. Y mi hermana cosechó amor, y eso nos consuela y me consuela. No es preciso ser millonario para “tener” o “comprar” amor; es cuestión de saber cultivar. Ese es el reto que como familia nos queda, aprender de su siembra y su cultivo para seguir su ejemplo y no defraudarla. Dios no dará sabiduría y valor; eso espero.

Cada vez que recuerdo su vela y su entierro, no puedo menos que agradecer esa solidaridad de mi pueblo, donde la gente no se impregna de la frialdad que rodea a las ciudades en desarrollo. En los pueblos, todo es más personal. Mi agradecimiento y el de mi familia para la gente de San Lorenzo, desde mis hermanos de vecindad y sus autoridades, hasta el más humilde, incluyendo a aquél que desde niño prefirió evadir la realidad para recrear su propio mundo. Hasta con ellos, mi hermana fue generosa y por ello la lloraron, como lo hago yo.

Ese agradecimiento va hacia mis amigos y colegas que siempre han estado conmigo y se han convertido en mi otra familia en Tegucigalpa, así como a mis nuevos compañeros de trabajo. Ellos junto a otras personas que uno conoce y trata por cuestiones laborales, estuvieron ahí o se hicieron presentes con cálidos mensajes y llamadas. No hay frases ni palabras para agradecer.

Como Liliana, creo que Honduras tiene muchas mujeres anónimas que merecen mejores historias de vida contadas por nosotros los periodistas. Las mujeres hondureñas, son héroes anónimos, con facetas distintas, pensamientos diversos, pero con algo en común: el amor por los suyos.

Algo más de mi hermana que dejo por último, no por ser menos importante, pero que dimensiona quizá el porqué ese liderazgo matriarcal. Fue una excelente sindicalista, acuciosa en las negociaciones de contrato colectivo y la capacitación en el sindicato que nosotros bromeábamos y le decíamos en casa: “ya entraste a la argolla del mundo sindical” y ella sólo reía. Sus compañeros la lloran y estoy segura la recordarán como la dirigente que sin ser protagónica, les mostraba los caminos y atajos a seguir para llegar a una buena negociación sindical. Descansa en paz hermana y que la tierra te sea leve para que nos sigas rodeando en espíritu para conservar a nuestra otra heroína: mi madre.

2 comentarios:

  1. al leer esto se conmociona mi corazon al ver el gran cariño expresado en palabras de una hermana a otra, mi familia es joven y en estamos de sobrevsalir a delante estas palabras me han dado la nesecidad de acercarme mas ami familia en vida y enseñarnos a crecer mucho mas como personas y en familia, lucia

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  2. Gracias Thelma por compartir no solo sus ideas y pensamientos sobre nuestra Honduras, sino también por compartir su corazón y su familia. No tengo duda que su querida hermana está en un lugar mejor... y aunque el dolor por la pérdida física a veces sea insoportable, es mayor la satisfacción de todos los buenos frutos de ella y saber que no se quedan alli, saber que se reproducen con personas como usted.
    Fraternalmente,
    Tania

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